Se requiere un nuevo pacto de gerencia de Internet, esta vez
explícito y no resultado de unas prácticas atribuibles al dominio
tecnológico norteamericano.
La balcanización de la red constituye hoy una posibilidad. Algunos países
intentarán frenar el acceso de Estados Unidos a la información privada de sus
ciudadanos mediante dos estrategias.
La primera consistirá en fortalecer la infraestructura de las redes locales.
Hoy, las centrales de computadores de Internet están en el hemisferio norte y la
mayoría de las comunicaciones pasa por Estados Unidos. Es posible que varios
Estados, como Brasil y Rusia, intenten convertirse en centros regionales para
evitar el tránsito por Estados Unidos.
La segunda apuntará a obligar al almacenamiento de datos in situ para ganar
algún grado de control. Compañías de teléfonos, así como Google, Yahoo, Apple,
Skype, Facebook, Twitter y demás, se han negado a entregar información a
autoridades de Europa y América Latina alegando que sus centros de datos reposan
en otra jurisdicción. Pero sí la han cedido a Estados Unidos.
Que el gobierno estadounidense monitoree la vida de todos resulta grave, pero
peor todavía es que lo haga mediante agentes privados. Desde el 11 de
septiembre, Estados Unidos ha triplicado el número de documentos clasificados y
eso ha llevado al crecimiento exponencial del universo de personas con permiso
para acceder a ellos –alrededor de cinco millones–.
La privatización del espionaje pone aún más en riesgo derechos ya de por sí
amenazados con la vigilancia, y no solo de Estados e individuos. Decía Neelie
Kroes, vicepresidente de la Comisión Europea: “¿Por qué las empresas
depositarían sus secretos comerciales en la nube si creen que esa información
será compartida con terceros a sus espaldas?”.
Las maniobras de “localización” de la red podrán tener impacto político, pero
no harán nada por nosotros, ciudadanos rasos. Solo servirán para que, en vez de
ser vigilados por Estados Unidos, lo seamos por otros y hasta por razones más
mezquinas y mundanas que las norteamericanas.
La cuestión del control de Internet tiene el potencial para tornarse en uno
de esos clásicos ‘onusianos’ de división norte-sur. Hacia fines del 2012, la
conferencia de la Unión Internacional de Telecomunicaciones terminó sin acuerdo
alguno. Los países del sur aspiraban entonces a quitarle a Estados Unidos algo
de dominio sobre Internet.
Las reglas de gestión de la red son impuestas por Estados Unidos, pero,
quiérase o no, funcionan. ¿Se desempeñaría de igual forma una red administrada
por Naciones Unidas? Cuesta creerlo.
Lo cierto es que valdría la pena retomar la discusión. Se requiere un nuevo
pacto de gerencia de Internet, esta vez explícito y no resultado de unas
prácticas atribuibles al dominio tecnológico norteamericano, que asegure la
neutralidad y transparencia de la red sin interferir en la operación.
En el camino, el concepto tradicional de intimidad puede terminar en la
caneca. Las nuevas generaciones, criadas en el universo virtual y las redes
sociales, proclives a exponer lo íntimo mucho más que sus progenitores, parecen
poco dispuestas a defender la privacidad a capa y espada.
Estados Unidos perdió todo peso moral para controlar la red y mucho más para
impulsar la “agenda de libertad de Internet”. Esta política prioritaria del
Departamento de Estado impulsaba su uso para denunciar gobiernos. Promovía, ni
más ni menos, lo que Snowden y Manning hicieron.