La falsa promesa de la democracia digital

La falsa promesa de la democracia digital

Los medios digitales tienden a hacer que la gente lea información que se ajuste a opiniones que ya tienen.

El reto en internet es que funcione con las mismas reglas, derechos y valores de las democracias.

La mayoría de las personas solían pensar que internet sería una herramienta para mejorar el mundo. Se suponía que no solamente nos ayudaría a hacer compras, mantenernos en contacto con excompañeros de escuela y encontrar un restaurant de sushi, sino que se convertiría en un medio de fortalecimiento político al dar voz a los marginados, ayudar a los activistas a movilizar partidarios y posibilitar que los ciudadanos comunes y corrientes hicieran públicas pruebas sobre la corrupción oficial o la brutalidad policial.
Sin embargo, estas seguridades han comenzado a resquebrajarse, y no solo desde que se dieran a conocer las revelaciones del uso de internet por parte de algunos organismos de gobierno para espiarnos a nosotros, a nuestros gobernantes y entre ellos. Los efectos de internet sobre la política son profundamente ambiguos, y es difícil que eso cambie a menos que se convierta en un espacio en que las reglas y los derechos se apliquen tal como en el mundo real.
En sus inicios, los más entusiastas soñaban con que el mero acceso a internet ayudaría a difundir la democracia. No fue así. A fines de los años 90, un 4 por ciento de la población mundial usaba la red: hoy la cifra alcanza casi al 40 por ciento. Sin embargo, la proporción de países calificados como “no libres” o “parcialmente libres” por el observatorio de la democracia Freedom House apenas ha cambiado en ese periodo. En la batalla entre redes y jerarquías, la mayoría de las veces ganan estas últimas.
Uno de los motivos es que los gobiernos se han vuelto tan hábiles como los activistas en el uso de internet y las tecnologías de comunicaciones modernas. Los gobiernos autocráticos la usan para detectar y perseguir a los líderes de las protestas y la oposición, como hemos visto últimamente en Ucrania. Emplean multitudes de personas para escudriñar y distorsionar conversaciones en línea. Algunos hasta argumentan que internet es una válvula de escape política que ayuda a los dictadores a mantenerse en el poder.
Sin embargo, ni el autócrata más decidido puede controlar por completo la actividad política en línea. Los jóvenes expertos en tecnologías tienden a eludir los intentos de censura oficiales. Y, aun así, no necesariamente el ciberactivismo se está fortaleciendo.
Por lo general, los movimientos por internet tienen un impacto perdurable solamente si generan actividad política tradicional, como protestas en la calle o la creación de partidos políticos. Y para eso necesitan líderes, algo que los ciberactivistas tienden a rechazar porque se consideran movimientos exclusivamente de base. Sin estrategias viables ni una dirección clara, la mayoría de los levantamientos impulsados por internet se han disipado rápidamente.
Internet ha demostrado ser menos potente de lo que se pensaba para luchar contra las tiranías. Tampoco ha sido claro su efecto sobre las democracias consolidadas que, aunque supuestamente se han vuelto más vibrantes, muestran mayores niveles de volatilidad política.
O pensemos en los medios de comunicación. En la actualidad, solo un 16 por ciento de los estadounidenses de alrededor de 40 años leen periódicos (impresos), y entre los veinteañeros la cifra es cercana al 6 por ciento. Los medios digitales ofrecen una amplia diversidad, fácil acceso y la posibilidad de hacer comentarios, pero tienden a hacer que la gente lea solo información y comentarios que se ajusten a las opiniones que ya tienen. Mientras los medios tradicionales pueden ofrecer a sus lectores una cobertura equilibrada, los digitales fomentan la polarización política.
Más aún, los agitadores, radicales y populistas políticos, como Beppe Grillo de Italia o los miembros del Tea Party estadounidense usan las redes sociales y la blogósfera para llegar directamente a sus potenciales partidarios. Internet hace posible a muchos aspirantes a políticos comunicar rápidamente su mensaje a una gran masa de seguidores que acaba desapareciendo con igual velocidad. Estos flujos y reflujos pueden desestabilizar la política, por ejemplo, cuando los partidos centristas avanzan hacia la derecha para seducir votantes de los partidos más extremos.
Al mismo tiempo, los jóvenes parecen creer que con enviar tuits y escribir entradas de blogs ya han agotado sus deberes cívicos. Ya no se unen a partidos políticos, sindicatos ni otros grupos de intereses. El promedio de edad de los miembros de partidos en Alemania es más de 50 años. En el Reino Unido, es más probable que un jubilado de más de 60 sea miembro de un sindicato que un trabajador de menos de 30. Sin organizaciones de la sociedad civil, la política tiende a estar más fragmentada y tener menos cohesión, con lo que se hace más difícil llegar a acuerdos que puedan funcionar en la práctica.
Las revelaciones de las actividades de ciberespionaje por parte de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) de Estados Unidos van a dar pie a una evaluación más realista de los efectos de internet sobre la política, abriendo una buena oportunidad para pensar en qué ha funcionado mal y lo que se podría corregir.
Para avanzar se pueden dar muchos pequeños pasos, como proporcionar a los movimientos pro democracia los medios tecnológicos que necesitan para eludir el control de los autócratas, hacer que los medios de comunicación digitales ofrezcan un conjunto más equilibrado de visiones y que los partidos políticos deban rendir más cuentas a sus miembros. Pero el reto fundamental es lograr que internet funcione guiándose por las mismas reglas y valores que impregnan nuestras democracias.
La libertad no puede ser absoluta, ya sea en línea o en el “mundo real”. En el ciberespacio deben respetarse los derechos humanos, y no solo el derecho a la privacidad personal. Puesto que ningún gobierno o entidad define las reglas para toda la red, los códigos de conducta tendrían que surgir de la base, con todas las imperfecciones que ello pueda significar. De todos modos, el asunto de la NSA ha ayudado a dar inicio al debate: aunque puede que no sepamos las reglas que queremos, ahora sabemos mucho mejor las que no.
Katinka Barysch
Es la Directora de Relaciones Políticas de Allianz en Alemania. Hasta junio del 2013, fue Directora Adjunta del Centro para la Reforma Europea. Fue analista y editora de la Unidad de Inteligencia de ‘The Economist’, en Londres.

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