Impresión en 3D, el mundo en el que vivimos hoy

Esta tecnología puede crear desde una hamburguesa, pasando por una prótesis y hasta una casa.

Pinturas, joyas, comida, casas, carros, tornillos, vestidos, bicicletas, moldes, prótesis, monstruos de película, algunos de los usos de la impresión en 3D.
Pinturas, joyas, comida, casas, carros, tornillos, vestidos, bicicletas, moldes, prótesis, monstruos de película, algunos de los usos de la impresión en 3D.

Prótesis, comida, casas, vestidos y hasta monstruos de película son productos de la impresión en 3D, una tecnología en la que el límite va hasta donde la imaginación hace una pausa antes de reactivarse con revolucionarias creaciones.
No se trata de un concepto nuevo, viene de hace casi cuatro décadas cuando se empezó a emplear para la elaboración rápida de prototipos. Con solo crear el molde, la impresión de la pieza se lograba a través de capas de resina o plástico que le daban forma.
Lo que la ha puesto en boca de todos en los últimos años son los mitos que ha tumbado: el tamaño, pues se decía que los objetos grandes solo podían hacerse con máquinas grandes, y los materiales, ya que se pasó del plástico al metal e incluso a los alimentos. Sí, un postre o un menú se pueden hacer con esta tecnología.
Con todos estos atributos -que hacen de esta técnica una tentación irresistible- se puede crear casi todo lo necesario para vivir. Es más, es probable que esos artículos de decoración que vio en una vitrina o alguna pulsera que pensó regalarle a su pareja hayan sido hechos con la tecnología 3D.
Para entender cómo funcionan estas impresoras -que en el mercado están desde un millón de pesos hasta 900 millones de pesos- a diferencia de las tradicionales que arrojan tinta, las 3D liberan el material deseado a través de capas sucesivas para formar un modelo diseñado o escaneado, que se manipula con un software.
En la práctica, no es una impresión sino una adición. Tampoco es camisa de fuerza la utilización de una impresora. Esta técnica se ha mezclado con otras disciplinas como la robótica. Así nacieron los ‘Minibuilders’, tres robots que no superan los 40 centímetros de altura diseñados para fabricar estructuras como casas y edificios. Trabajan en equipo: uno pone la base, el segundo levanta los muros y el tercero cumple función de aspiradora para perfeccionar la estructura.
Dori Sadan, uno de los cinco investigadores del Instituto de Arquitectura Avanzada de Cataluña que los crearon, dice que en cinco años podremos ver casas hechas con esta tecnología.
El interés de la industria también ha jalonado el crecimiento y la difusión de la impresión en 3D. Espacios de reunión de desarrolladores y expertos como el 3D Printshow, que nació en el 2012 en Londres y este año volvió a la capital inglesa con más de un centenar de expositores, son una muestra.
Y en las aulas también viene ganando terreno. Universidades como Harvard han probado el uso de materiales orgánicos para ‘imprimir’ comida. En Colombia, los Andes y la Javeriana llevan ventaja en este campo. Ambas instituciones cuentan con impresoras y vienen experimentando en disciplinas como ingenierías, arquitectura, odontología y matemáticas.
En los Andes, por ejemplo, se está trabajando en modificación de superficies para darles características antibacteriales. “Se trata de una película muy delgada que se imprime y que puede tener propiedades como resistencia al agua”, explica Johann Osma, profesor de Ingeniería Eléctrica y Electrónica
Impresión sin límite
En campos como la salud, la impresión en 3D ha permitido crear prótesis e implantes. Un caso reciente es el de un británico al que le reconstruyeron el rostro tras sufrir un accidente de moto. Aunque llevaba casco, se rompió la mandíbula superior, la nariz, los pómulos y se fracturó el cráneo. Y para devolverle su aspecto, primero se creó un modelo en tres dimensiones del cráneo tal como era antes del accidente. Así se seleccionaron las partes a sustituir y se imprimieron.
Se espera que a futuro se puedan hacer cirugías a distancia utilizando aplicaciones en dispositivos móviles. Así mismo, generar modelos tridimensionales para crear órganos que puedan ser remplazados.
Procesos menos complejos se vinculan al arte, la gastronomía, el cine y la mecánica. Con modelos diseñados en computador, las personas podrán imprimir anillos, pulseras, vestidos y elementos de decoración a su antojo. Incluso, sin salir de la casa. Con tener una impresora propia, los diseñadores podrán enviar por internet planos o imágenes de sus productos al cliente para que él los imprima. De esta forma, el usuario final se ahorra el traslado a las tiendas y el propio gasto de materiales en productos que al final resultan archivados en una bodega.
Sitios web como http://wonderluk.com/, http://www.cdg.uk.com/3d/ y http://akemake.com/ tienen catálogos de piezas que pasan por joyería, decoración y juguetes.
La elaboración de herramientas es otro campo fuerte. El profesor Iván Mondragón, director del Centro Tecnológico de Automatización Industrial (Ctai) de la Javeriana, confirma que empresas de productos manufacturados, como destornilladores y llaves, se han mostrado muy interesadas.
“Tienen que hacer muchos moldes y eso es caro en la industria. Con estas máquinas (las impresoras en 3D) se pueden hacer los moldes que no son tan económicos, pero sí más baratos”, explica, y añade que en la universidad imprimieron recientemente una llave inglesa, esa que tiene una cabeza móvil que permite ajustar su abertura, que salió con sus partes móviles lista para ser utilizada.
El lado oscuro
Si bien las bondades de esta tecnología parecen tan extensas como sus usos, no todo es dulce. El alto consumo de energía es uno de los contras de la impresión en 3D. Un estudio de la Universidad de Loughborough, en Inglaterra, revela que cuando derriten plástico con calor o láser, las impresoras 3D consumen alrededor de 50 a 100 veces más energía eléctrica que el tradicional moldeo por inyección empleado para hacer un artículo del mismo peso.
A eso se suma que la posibilidad de imprimir cualquier cosa tendría un impacto en el comercio: el usuario dejaría de visitar tiendas, lo que al final llevaría a la quiebra de muchas. Ese efecto se extendería sobre fabricantes.
La violación de derechos de autor también preocupa. De no regular esta práctica, la piratería podría dispararse. Todo esto, sin dejar de lado que por tratarse de una tecnología aún en desarrollo, el riesgo de fallas está latente. La impresión de pistolas es ‘cuento’ viejo. Y en ese escenario la pregunta sobre la mesa sería, ¿quién responde por accidentes?

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