Lo que desee, al alcance de un whatsapp

Felipe Chávez, Santiago Lozano, Diego Rodríguez y Carlos García.

Cinco emprendedores se propusieron cumplir deseos con una sola condición: que las peticiones fueran legales y que no hubiera límites para quienes deciden soñar con ellos.

Se sentaron emocionados y expectantes. No necesitaban preguntas. Todos se sabían la historia pues ellos han sido quienes la han construido.
Cortes de pelo contemporáneos, piercing en una ceja y camisas Tommy, cada uno de los cofundadores de Kiwi se sentó esperando resolver cualquier inquietud con agilidad y preparado para demostrar que su empresa es un negocio serio.
Santiago Lozano, Felipe Chávez, Diego Rodríguez, Carlos García y Sergio Pachón son los dueños de Kiwi, una startup que en apenas cuatro meses de fundada ya ha facturado 200 millones de pesos. ¿Cómo? Cumpliendo los deseos de sus usuarios. Lo que sea. Desde que sea legal.
Kiwi es un contacto de whatsapp*. No es una app ni se necesita acceder a una página de internet para descargarla. Usted agrega a Kiwi como cualquier teléfono y lo siguiente es pedirle cualquier cosa que a usted se le ocurra.
“La primera vez nos pidieron un biberón. De ahí en adelante, nos han solicitado desde unos enanos para una fiesta hasta que hagamos llegar un ramo de rosas a Canadá. Kiwi no tiene límites”, asegura Felipe Chávez.
¿Cómo se paga por el servicio?
La forma de pago también es muy simple. Una vez usted hace su pedido, ellos le mandan por el mismo chat un link para que inscriba sus datos y el número de su tarjeta de crédito.  El 98 % de los pagos que les realizan son por este medio. No aceptan efectivo – aunque este parámetro sea negociable -.
“En una ocasión, un tipo se quedó varado y había dejado las tarjetas en la casa. Nos escribió desesperado que lo ayudáramos. Nosotros le aceptamos que pagara en efectivo. La cuestión es que este medio genera muchas fricciones y demoras y, en una ciudad como esta, un domiciliario con plata es un blanco”, explica Santiago Lozano.
El grupo de emprendedores cuenta que el costo se eleva conforme sea más complicado el pedido. “Hay solicitudes que no cobramos. Nos han escrito que les digamos el estado del tiempo, del tráfico, incluso que les contemos un chiste. En esas ocasiones, no pedimos dinero por ello pero sí les respondemos. Es importante que sientan que al otro lado del celular está una persona amable dispuesta a cumplir con lo que deseen porque entonces, cuando comprueban que sí funcionamos y somos serios en el tema, se enganchan con nosotros y piden más”, cuenta Carlos García.
“Nos han pedido cosas loquísimas. Como que consiguiéramos un disco de Bono autografiado o el amor de la vida de una chica. Por loco que sea, nos ponemos en la tarea. En el caso del cd, nos averiguamos dónde estaría el tipo dando autógrafos. Vimos que se presentaría en Las Vegas y en media hora le respondimos al usuario: ‘te cuesta 2.500 dólares, pero si quieres también te compramos los tiquetes para que vayas tú’. Quedó sorprendido y entonces fidelizamos a un cliente más.
“Con la niña que quería encontrar a un hombre, le ofrecimos por 90.000 pesos crearle un perfil falso en internet y encontrárselo con plata, lindo y deportista, como ella lo quería. Otra usuaria que, aunque en ese momento no tomó nuestra oferta, sí se quedó con nosotros”, narra Felipe Chávez, con la satisfacción del deber cumplido.
UN BUEN SOPORTE
Detrás de un simple contacto de whatsapp, hay toda una estructura tecnológica, 12 empleados directos – de los cuales seis son ingenieros – y más de 150 domiciliarios que recorren las calles de Bogotá cumpliendo las misiones que les imponen los capitalinos.
“Estamos trabajando en inteligencia artificial para automatizar las respuestas. Que si un usuario nos pide una hamburguesa de El Corral, la computadora identifique qué es eso y encuentre que hay variables de hamburguesas, entonces sea capaz de preguntarle: ‘¿y qué hamburguesa quieres?’. Que sea capaz de mantener una conversación”, cuenta Santiago.
ASÍ NACIÓ LA IDEA
Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, ha sido ejemplo para millones de emprendedores en el mundo y en la mente de Felipe no pasó desapercibido. Queriendo montar su propio negocio, buscó socio. Al paso le salió Santiago con quien, de la mano, comenzaron a soñar una empresa que diera frutos desde el momento en que empezara a andar. “Que no fuera solo humo”, insiste Santiago.
Ingresaron a una aceleradora de startups del Gobierno. Estuvieron en contacto con más emprendedores y escucharon las sugerencias de varios mentores.
“Aprendimos. Nos dimos cuenta de los ajustes que debíamos hacer. Pero también nos desilusionamos de ese tipo de programas. Muchos se dicen llamar mentores y jamás han montado un negocio, por eso nunca intentamos obtener recursos de concursos de emprendimiento. Esas convocatorias quitan mucho tiempo y plata que preferimos invertir montando nuestra idea y conociendo a nuestros clientes”, asegura con frialdad Santiago, quien cuenta tranquilo que los recursos para arrancar Lulo – y luego Kiwi – han salido de sus alcancías.
Cuando el sueño comenzó a ser una realidad, el destino se encargó de reencontrar a los amigos y presentar a los nuevos socios. Por el camino aparecieron Sergio y Carlos y luego, buscando hacer su práctica con ellos, llegó Diego, quien está buscando ser parte del combo de cofundadores.
“Diego es un genio. Ha innovado muchísimo en la parte tecnológica”, cuenta Felipe a modo de aprobación a su entrada en el grupo. Diego sonríe ansioso. Sus ojos – que parecen devorarse lo que presencian – tienen hambre de éxito.
SIN FRONTERAS
A los tres meses de satisfacer la oferta capitalina, la startup colombiana compró tiquetes con destino a Ciudad de México.
No fue una ‘locura juvenil’. Carlos asegura que la decisión ya estaba premeditada desde el momento en que Kiwi nació.
“Había varias opciones, como Santiago de Chile, pero Ciudad de México era la mejor opción. Es una ciudad densa y bancarizada. Además, el mercado tiene un ‘plus’ para nosotros y es que a los mexicanos les encanta el acento colombiano. También es un entorno difícil, en especial por las direcciones, pero es una muy buena opción”.
Hoy Sergio está a cargo del negocio en ese país, pero la idea es que los cofundadores se vayan rotando. Trabajan con gente local y ya tienen varias alianzas para repartir los domicilios y atender la demanda.
Cuando les preguntan: ¿por qué tomar ese riesgo al poco tiempo de arrancar en Bogotá?, ellos contestan: ¿por qué no? Y enseguida cuentan que ya facturaron ocho millones de pesos en su primer mes y para el siguiente esperan que las finanzas mexicanas alcancen el nivel de las que han logrado aquí.
Hoy, su nuevo reto es el ‘sueño americano’: llegar a suelo estadounidense y empezar a funcionar allí de la mano de otra startup con el sello de ‘mexicanpower’. Kiwi responde mensajes de 9 a.m. a 9 p.m. y los fines de semana hasta las 4 a.m. Ahora los jóvenes quieren atender misiones 24/7.

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