Llegaron las empresas de la era digital!

Un chiste lleva varios meses de boca en boca en el sector de la innovación digital en Colombia. La versión más conservadora dice que “hasta las prostitutas están asustadas de que, también a ellas, una ‘app’ les vaya a dañar el negocio”. La broma podría parecer de mal gusto, si no fuera porque encaja a la perfección con una portada que publicó hace un par de años The Economist, para muchos la revista más influyente del mundo. Una mujer vestida de rojo se suelta de unas cadenas mientras mira atenta a su teléfono móvil. El título, en grandes letras color escarlata, reza: “El negocio del sexo. Cómo la tecnología está liberando a la profesión más antigua del mundo”.

Basta mirar con atención cómo la denominada revolución de la sociedad de la información ha venido transformando el planeta para saber que, en efecto, ha liberado cada vez más oficios e industrias en más lugares de mundo. No es una coincidencia que el avance digital hoy sea un tema recurrente en las conversaciones de amigos, en las juntas de las empresas y en las altas esferas de los gobiernos. El 12 de enero, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, dedicó más de la mitad de su discurso sobre el estado de la Unión a los desafíos de la “nueva economía” y a la “innovación”. Y en el Foro Económico Mundial, que terminó en Davos, Suiza, la “cuarta revolución industrial” dominó la agenda.

En Colombia, el asunto no es nuevo. Los gigantes de la era digital hace ya varios años se instalaron en la vida diaria de millones de personas. La marcha de ‘Un millón de voces contra las Farc’ en 2008 y la ola verde de Antanas Mockus en 2010 nacieron en Facebook, y hoy la plataforma define el día a día de quien quiere comunicarse con otros. Twitter se ha convertido en una plaza pública para difundir opiniones, defender causas, vigilar a los poderosos y debatir sin importar diferencias que en el mundo real serían insuperables. Google, por su parte, se ha vuelto omnipresente. Está en las comunicaciones mediante su servicio de correos, en las oficinas a través de sus servicios empresariales, en el tiempo libre de las personas con los videos de YouTube e, incluso, en las calles gracias a la exactitud de sus mapas.

Pero por encima de todas, Uber ha hecho sentir al país los efectos, positivos y negativos, de la disrupción. La alternativa de transporte que ofrece a través de carros blancos y particulares ha sido el foco de polémicas y ha despertado debates legítimos, pero, a la vez, ha cambiado, quizá para siempre, la forma como la gente se mueve por las ciudades. Esta semana, la empresa anunció la conquista de una séptima población colombiana: Cúcuta.

Lo que muchos todavía no saben, sin embargo, es que esto es apenas el comienzo. Como le dijo a SEMANA el exministro estrella de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC) Diego Molano: “Este cambio de las cosas es solo la punta del iceberg”. Y añadió: “Hoy lo único claro es que todos los negocios, absolutamente todos, están cambiando. No hay ninguna industria que se salve”.

La revolución en Colombia

Para entender cómo la innovación y la economía digital han transformado, y seguirán transformando, a Colombia, SEMANA se adentró en el sector. Conoció a sus principales jugadores, visitó las sedes de las empresas más fuertes de la era digital en el país y entrevistó a sus líderes. El resultado es una fotografía de un nuevo poder, que crece aceleradamente en las vidas de las personas, en la mentalidad de las industrias y en el corazón de la economía y que, como dice Molano, lo transformará todo.

A vuelo de pájaro puede verse cómo, por ahora, al menos cuatro sectores en Colombia experimentan hoy un cambio de sus paradigmas. Primero lo vivieron los medios de comunicación, especialmente los impresos, que llevan ya años viendo caer sus ingresos por pauta comercial. Esto se debe no solo a que la gente ya no recurre a ellos de forma tan masiva como antes, sino también a que empresas como Google y Facebook se han convertido en plataformas digitales atractivas para quien quiere darse a conocer. Así, hoy también ellos compiten por una tajada de la misma torta.

La situación de la venta de música es más grave. Si la piratería ya había dejado maltrechas a varias compañías colombianas dedicadas a ello, la entrada al cuadrilátero de Spotify, Deezer y Apple Music permite pronosticar un nocaut. Estas tres plataformas reinventaron la forma de hacer plata con la música, dándole así un golpe también a la propia ilegalidad, pues han demostrado que la gente está dispuesta a pagar si el acceso es rápido, la calidad es buena y, como en el caso de Deezer, si incluye más beneficios como un contrato que agrega servicios de telefonía.

La incursión de Uber en el transporte urbano individual, por su parte, tiene a los taxistas con los pelos de punta desde hace por lo menos dos años. Durante décadas, han sido un gremio dominado por problemas de calidad, servicio y seguridad. De un tacazo, Uber acabó con estas fallas históricas y pronto se ganó el corazón de miles de personas, antes insatisfechas, que hoy no están dispuestas a tolerar que el gobierno impida ese servicio.

El impacto ha sido enorme para el modelo tradicional. Y así, durante 2015, los colombianos vieron un ejemplo perfecto de las crisis que puede desatar la innovación en un país que, como la mayoría, no está preparado para ella: debates acalorados en los medios, redadas contra los carros blancos, pánico y amenazas de paro nacional y visos de violencia en las calles. Al final, un decreto presidencial de taxis de lujo calmó los ánimos, al menos por ahora.

Como si fuera poco, ahora también la televisión ha empezado a salir golpeada. Netflix tiene hoy alrededor de 800.000 usuarios en Colombia. Si se considera que, en muchos casos, varias personas usan una sola cuenta, la cifra podría fácilmente triplicarse. Así, la firma californiana, presente en el país desde 2011, se ha convertido en un competidor de las empresas de televisión. Y, aunque los involucrados han preferido no hacer demasiado ruido, hay algunos pleitos en gestación.

Como le dijo a SEMANA un representante del sector privado que conoce el tema y pidió el anonimato, “¿qué vamos a hacer si a esos señores de afuera no les aplica el mismo marco regulatorio de las empresas que operan acá en Colombia? Este es un escenario totalmente desbalanceado. Netflix ni siquiera tiene que abrir oficinas”. La molestia es comprensible. Por hacer la serie Narcos, Netflix no tuvo que pagar los millones en impuestos que, por ejemplo, Caracol Televisión canceló por El patrón del mal. La realidad, sin embargo, es que, ante la luz de las leyes actuales, las actuaciones de Netflix, así como las de Uber, por ahora no están reguladas. Los expertos en el tema recuerdan que, en 1998, Colombia firmó un acuerdo de “servicios transfronterizos”, que no obliga a una empresa siquiera a abrir oficinas en el país, a pesar de estar haciendo dinero acá.

Lo más alarmante es que la ola no se detendrá. Airbnb, que ya tiene numerosos usuarios en Colombia, ha puesto en jaque al negocio inmobiliario y de hotelería en varios países. La facilidad de uso, la creatividad de sus métodos y el bajo precio de la plataforma Duolingo ya amenaza a las escuelas de idiomas. E incluso la app Tinder, que sirve para buscar desde una pareja hasta una simple aventura romántica, les ganó rápidamente la batalla a los innumerables portales que durante años quisieron ayudarle a la gente a encontrar su media naranja.

Los pronósticos señalan que, en la siguiente década, la innovación también pondrá su varita mágica en campos como la medicina, la banca y la educación y en las industrias de los carros y de la aviación, para solo mencionar algunas. Sin duda, esto es una buena noticia, pues la tecnología seguirá haciendo más fácil la vida de las personas. Pero, a la vez, algunas de ellas padecerán.

En Estados Unidos, la demanda de empleos no calificados ha caído en picada desde que la población se volcó sobre las nuevas tecnologías. Centenares de funciones que hoy desempeñan los humanos caerán en manos de robots en un futuro cercano. Solo en el sector de la banca, 700 procesos operativos tendrán ese destino. Un estudio de la Universidad de Oxford y la firma Deloitte, difundido en septiembre de 2015, concluye que 35 por ciento de los empleos que existen hoy en Gran Bretaña “se encuentran en un alto riesgo” de desaparecer arrasados por la tecnología en los próximos 20 años.

Esta revolución ha obligado a las naciones a adaptarse. Pero solo muy pocas han logrado tomar el toro por los cuernos. El Ministerio de las TIC, hoy a cargo de David Luna, dedica enormes esfuerzos para conectar a los colombianos y hacer relevante la tecnología en campos como la educación y la agricultura. Esto es loable, si se considera que en países como Bolivia no han podido siquiera armar un plan de acción robusto.

Pero la revolución se mueve a pasos agigantados, y así, a pesar de todo, el país luce relativamente atrasado. Según el Índice Global de Innovación, Colombia está en el mismo nivel del África subsahariana. Mientas en el país existe un ingeniero relacionado con temas tecnológicos por cada siete abogados, los países más avanzados en el tema ya alcanzan la relación contraria: un abogado por cada siete ingenieros. Molano, que hoy asesora gobiernos, estima que “en diez años, en el caso colombiano, 15 por ciento de la actual fuerza laboral habrá desaparecido. Si a esos señores no los capacitamos para esto, tendremos una tasa de desempleo por encima de 20 por ciento. Esto es aterrador y preocupante”.

Los embajadores de Silicon Valley

Podría pensarse que el panorama, definitivamente, es sombrío. Pero al visitar los centros de operaciones de los innovadores del siglo XXI en Colombia la sensación es muy distinta. Las oficinas, casi siempre, son modernas e iluminadas por el sol; los empleados, en su mayoría, son jóvenes que saludan sonrientes al visitante, y el ambiente amigable y relajado de Silicon Valley, el lugar en California donde surgió esta revolución, se refleja en los detalles. Quien pisa la sede de una de estas empresas ve, en efecto, chicos con bluyín y suéter de capucha. Pero, sobre todo, respira un optimismo poco frecuente en las empresas tradicionales.

El ejemplo más marcado es Google Colombia, cuya nueva gerente, Carolina Angarita, será presentada en las próximas semanas. Las oficinas ocupan dos pisos de un edificio en el norte de Bogotá, muy cerca del parque de la 93. Sus empleados disponen de un gimnasio, una sala de masajes, una mesa de billar, un lugar de videojuegos y un cocinero que se preocupa por sus dietas. Esto es impactante si se considera que la firma llegó a Colombia hace apenas cinco años y medio, y que la manejaban solo dos personas, cada una desde su apartamento. Hoy tiene más de 60 empleados, siete de los cuales tienen estatus de gerentes.

Facebook, otro gigante de Silicon Valley, también tiene oficinas en Bogotá. Pero son más pequeñas, y a diferencia de Google, su política de comunicaciones externas es supremamente reservada. Esto surge de la idea de que la única cara visible de la empresa en el mundo sea su fundador, Mark Zuckerberg. Se sabe, sin embargo, que su gerente es Sandra Quintero y que la gran mayoría del equipo está dedicado a asuntos comerciales.

Las empresas de innovación presentes en Colombia comparten una mezcla entre un discurso en pro de los ideales posmodernistas de la sociedad del siglo XXI, acciones para alcanzar sus objetivos estratégicos y un músculo para hacer dinero. En proporciones distintas, los equipos de Google, Facebook, Twitter y Uber en Colombia tienen en sus filas personas dedicadas a esas tres cosas: unos manejan los asuntos comerciales, otros se dedican a mostrar la cara amable de la empresa y otros más tienen la tarea de empujar para alcanzar las metas dictadas desde la casa matriz. Una persona allegada al sector le explicó a SEMANA estas últimas dos funciones con la figura del good cop y el bad cop.

Un ejemplo de esto es Twitter. En febrero de 2015, la oficina de Brasil asumió el liderazgo de las operaciones en América Latina y abrió “oficinas híbridas” en varios países. Por esta razón, la sede colombiana no tiene una sola cabeza. Los diez empleados les reportan a jefes en otras partes del continente y responden por varios países. En el equipo en Bogotá sobresalen especialmente dos personajes: el experto en regulación en internet y exbloguero de La Silla Vacía Carlos Cortés, encargado de políticas públicas y relaciones gubernamentales para América Latina en español, y Diego Santos, exgerente de contenidos digitales de El Tiempo, quien se desempeña como director de noticias y política de Twitter Colombia.

La presencia cada vez mayor de las empresas de innovación en Colombia deja en claro que este es un país estratégico para sus operaciones en América Latina e interesante para sus negocios por la cantidad de gente conectada a internet. También permite una reflexión. Las empresas tradicionales solo podrán sobrevivir si se adaptan a los nuevos tiempos y revisan la forma como operan, para lo cual las disruptivas ofrecen el modelo más obvio.

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