Las redes sociales lo están cambiando todo: la moda, la comunicación, la forma como nos relacionamos, el diálogo, la publicidad, todo. Es la revolución de los últimos tiempos, sin duda. A través de ellas, los gobiernos gobiernan, declaran guerras, anuncian impuestos; los jueces dictan sentencias, las empresas anuncian fusiones y los movimientos sociales convocan revoluciones.
Con las redes sociales se estafa al mismo tiempo que se ofrecen cursos de ética; se consigue a la pareja esquiva, se burlan por igual de pobres y ricos; los corruptos exhiben sus corruptelas y los mafiosos, sus joyas y mujeres; los terroristas exhiben a sus víctimas y los medios, a los terroristas. Las redes ya no respetan espacios, ni intimidad. Tienen la ventaja de que se puede opinar aunque no se sepa de nada; se puede agredir escudado en un ‘registro’.
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Es tan poderosa que divide a familias enteras solo en un almuerzo o una cena, y a los amigos los vuelve invisibles y el amor se vuelve virtual y los hijos se vuelven virtuales. En casa ya no se habla de cómo les fue a los padres y a los muchachos en su día, sino de cómo les pareció el último video en la red.
Antes, el matoneo no pasaba del salón de clase, ahora se exhibe ante la complacencia de todos y la gente termina suicidándose. Gracias a las redes, se puede despotricar sin aportar; se puede destruir con solo apretar un dedo; se puede adular sin sonrojarse; se pueden defender intereses particulares a nombre de un ‘buen ciudadano’ que simplemente opina. A veces da susto meterse en las redes sociales. A veces da asco. Y a veces, también, dan ganas de pelear, como cuando se va en el carro.
En las redes sociales opinan de ti sin conocerte, te haces ‘amigos’ sin saber para qué, no como antes, cuando la amistad se cultivaba. Ahora, simplemente, se ‘acepta’ porque de lo contrario no se es nada ni nadie en el mundo. Si no tienes miles de seguidores, eres un fracasado. Un abandonado. Un ser diferente. Las redes ofrecen miles de herramientas para que sepas qué se dice de ti, es decir, para que hurguen en tu vida sin más. Es el nuevo mundo y sus nuevas reglas. Sí, las redes sociales llegaron para quedarse, que no estaría mal si no estuviera plagada de todo lo anterior y de mucho más. Y de eso, ellas no tienen la culpa, la culpa es nuestra.
No se trata de pelear contra este nuevo modelo. Sería como hacerlo contra molinos de viento. Pero bien vale la pena darle una mirada reflexiva a este tsunami que nos tomó por sorpresa y nos arrebató parte de nuestra intimidad, nuestros sueños, nuestra capacidad de construir y de buscar con paciencia. Si usáramos las redes al menos para promover debates sanos, algo habríamos ganado. Pero se ve poco de esto y mucho de un mundo virtual que, a decir del periodista Jon Lee Anderson, solo está produciendo desazón entre la gente.
Pero hay algo que no nos han arrebatado las redes sociales (aún): la capacidad elegir. Podemos elegir a quienes seguimos, elegir debates inteligentes; podemos ignorar a quienes solo buscan herir; podemos compartir sin abusar y conocer sin invadir; podemos detectar a quien solo pretende tergiversar a la hora de hablar del día sin carro o de la franja verde o de los hospitales o de la izquierda o la derecha.
Y sí, también está la opción de mandar todo al carajo, de dejar Facebook y Twitter y Youtube, a riesgo de quedarse solo en el mundo, pero quizás más feliz.