El Parche: una historia de piratería



“El parche” es una definición coloquial que denota amistad, afinidad, reunión, o simple acuerdo sobre un fin común. Pues bien, también puede referirse a un elemento que se usa para aliviar algunos dolores osteo-musculares, o un accesorio que cubre uno de los ojos, temporal o definitivamente, como el de los piratas. 

En ese entendido, el pirata o la piratería, se puede definir como la visión por un solo ojo sin tener en cuenta al otro, o el ver con una perspectiva parcial, falta de profundidad, pues basta con tapar un ojo para darse cuenta de que esta se pierde. La Real Academia Española la define como: “1. Ejercicio de pirata. 2. f. Robo o presa que hace el pirata. 3. f. Robo o destrucción de los bienes de alguien”. 

A partir de lo anterior y en un ámbito de mercado, se pueden tener dos visiones: la del pirata y la de quien no lo es. Asunto que se dirime en las aguas profundas de la compra y venta de bienes y servicios, mediado por los vientos de una política pública y a la luz de los entes de control que administran, vigilan, protegen y/o sancionan a quienes no cumplen con la ley (DIAN, SIC, DNDA, INVIMA, Fiscalía). 

No obstante, desde la perspectiva (corta) del pirata y la del ojo vigilante del Estado, entra en juego una tercera fuerza aún mayor, la de la ética, la de lo propio y lo ajeno, la de lo permitido y lo que no, fuerza y presencia que para el navegante es la que posee la luna y otros astros, los cuales siempre están presentes y pueden determinar el curso correcto de su travesía, por supuesto, el capitán del barco es quien determina si hacer caso al astro, siempre presente, o a su propia percepción del mar. 

Al sumergirse un poco más en la realidad nacional, el colombiano tiende a burlarse de su desgracia, eso le ha permitido sobrellevar muchas cosas durante la historia del país, no obstante, también ha generado o degenerado en una manera tropical, “fresca”, carnavalesca, laxa, relajada, “folclórica”, de ver la vida, y así, buscar la justificación a cada una de sus acciones, por eso se han acuñado frases como: “no le hago mal a nadie”, “ojos que no ven (…)”, “esos tienen mucha plata”, etc., omitiendo por completo la ética como la carta de navegación. 


Claramente, el pirata de mar, el clásico, según la historia, las crónicas, los cuentos o las películas, se distinguía primero por la bandera en el mástil de su embarcación y físicamente por su aspecto desaliñado, hediondo a licor, muchas veces con una pierna de palo, una botella de licor, un garfio, alguno podría llevar un loro en el hombro como mascota y el conocido parche. 

Su aspecto, atemorizante, sin duda, es producto de las múltiples batallas, huellas del combate y lo que actualmente se conoce como accidentes de trabajo en su entorno profesional, pues bien, en comparación, el pirata actual, navega en la web, viste con las mejores marcas, si cojea, puede ser por la onicomicosis, también toma alcohol (de Puerto Príncipe, obviamente), su embarcación es dirigida por gps, puede tener mascota en casa (aunque quien juega y camina con ella sea un paseador), el garfio puede ser la mano con la que negocia “la mercancía” y el parche es, como ya lo dije, el que le hace ver lo que quiere ver, sin una perspectiva de ética, aspecto que comparten perfectamente los dos estilos de piratería. 

Así las cosas, y para no ser pirata en esta frase, cito al abogado Abelardo De la Espriella, el cual dice que: “La ética no tiene nada que ver con el derecho”, pues bien, tanto para los sofistas griegos, como para los romanos, fue importante el actuar ético, bajo la premisa de un conjunto de normas personales, las cuales influían directamente en la comunidad, de ahí nace el derecho, como un orden normativo que regula el comportamiento en sociedad. 

Ahora bien, entidades del Estado, como la Superintendencia de Industria y Comercio, administra, reconoce, protege y también sanciona todo lo relacionado con la propiedad industrial, otras como la Dirección Nacional de Derechos de Autor, Invima, Dian y Fiscalía, hacen lo propio dentro del ejercicio de sus funciones, aplicando a cabalidad las normas existentes, es decir, haciendo uso del derecho, como también, del código de ética y buen gobierno, definido sabiamente en el de la SIC, como una: “carta de navegación de las actuaciones de los servidores y colaboradores”, sobra decir que, los principios y valores éticos allí consagrados, son letra muerta si no existe una apropiación personal por parte de cada uno como servidor público. 

Por consiguiente, tanto en la navegación como en el comercio, el mundo de la piratería es tan antiguo como la historia bíblica, pues Eva cometió el pecado original, las demás son copias, y tan grande como el horizonte en el mar puesto que traza una línea entre el cielo y el agua, que no es tan fácil de discernir dónde termina uno y comienza el otro. 

Así es la ética cuando no existen conceptos firmes de la misma, por ejemplo, se puede comprar el televisor curvo de última tecnología y el más grande, pero se roba la señal para ver los partidos del mundial en full HD o se consigue “prestada” una clave de Netflix; los ojos pueden ser valiosos para todo ser humano, pero para un pirata no importa comprar “la gafa fina, la gafa barata”, el libro que con esfuerzo se escribió y es la propiedad intelectual de alguien, “es más barato” en el semáforo, si a la marca Adidas le va bien con su camiseta para el mundial de fútbol, pues “cuál es el problema” si el pirata vende la burda imitación más barata o bajo las marcas: abidas o acliclas; si, por otra parte, el diseño del empaque realizado y registrado de un producto alimenticio, es novedoso y tiene éxito, es decir, vende, pues para el pirata no es problema copiar sus formas y vender su producto en él. 

Infortunadamente el problema no es tan notorio ni está en la mente y mucho menos en la conciencia de quien comercializa o compra un producto pirata, porque la verdadera magnitud de esta actividad delictiva se traduce en pérdidas económicas para las empresas, para la Nación en impuestos que se dejan de pagar (sabiendo que estos se traducen en dinero para la salud, infraestructura o políticas sociales), lavado de activos, corrupción, pérdida de puestos de trabajo y hasta muerte, pues se pueden constituir verdaderos carteles tan o más peligrosos que los de la droga. 

En efecto, una brújula que orienta la lucha contra la piratería y que permite visualizarla es la propiedad industrial, por esa razón, en estudios recientes (junio de 2015), realizados por la EUIPO (Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea), “en torno al 39% del total de la actividad económica y el 26% del empleo total en la UE lo generan directamente sectores que utilizan de manera intensiva los DPI”1 (Derechos de Propiedad Intelectual). 

Por otro lado, en vestidos (incluidas camisetas), accesorios y calzado, la pérdida puede ser de 26.300 millones de euros anuales y hasta de 363.000 empleos directos, tan sólo en ese sector, y de 8.100 millones de euros en impuestos. 

Para el caso colombiano, en el último encuentro de la Alianza Latinoamericana Anticontrabando (ALAC), se concluyó que Colombia podría aumentar hasta un 4,6% el PIB y crear unos 148.355 empleos, si se combatiera el contrabando y la piratería. 

Así las cosas, la “cultura” pirata ronda nuestra vida diaria, nos acecha, nos seduce, nos ataca, nos obliga a justificarla y dependerá de cada quien capitanear el bote desde su ética personal que, sin duda, debe ser la misma colectiva. Paradójicamente, los únicos “piratas” autorizados a serlo (como marca) y a quienes sí se ha debido apoyar desde lo deportivo, caducaron en 2014, se trataba del equipo de baloncesto capitalino. 

Claramente, el hacer parte de una Entidad como la Superintendencia de Industria y Comercio nos demanda una serie de conocimientos, experiencia, virtudes y valores, además de un código de ética dentro y fuera de la misma, aún mayores que los de cualquier colombiano, por ello, y cuando en las aguas en que se navega, aparece el pirata, se debe estar atento, trazar una línea firme y no hacer parte de ese parche.

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