Piense en lo siguiente: las autoridades de Estados Unidos están convencidas de que el gobierno ruso estuvo detrás del ataque cibernético al Comité Nacional Demócrata. ¿Cambió ese ataque el curso de las elecciones presidenciales en Estados Unidos? Nunca lo sabremos. Pero definitivamente cambió el discurso que vino luego. La idea de que una potencia extranjera montara un ataque cibernético para entorpecer una elección de Estados Unidos pasó de ser una loca teoría de conspiración de los tabloides a noticia fidedigna en primera plana.
Un solo ataque cibernético tuvo repercusiones que terminaron sacudiendo las bases de la democracia. En el camino, aprendimos una lección muy importante: nuestro problema no se limita a los ataques cibernéticos iniciales que enfrentamos, nuestro problema es el caos posterior que crean.
Este tema resulta especialmente relevante, ya que las consecuencias del caos se expanden más lejos y más rápido debido a las increíbles maneras en que la tecnología nos conecta. Por ejemplo, recuerden cuando a mediados de 2015 dos investigadores encontraron la forma de desactivar un vehículo utilitario deportivo mientras estaba en movimiento. ¿Qué sucede cuando hay millones de vehículos autónomos en la carretera que se pueden desactivar al mismo tiempo o se pueden acelerar hacia un mismo objetivo? De repente, la idea de que el 11/9 fue un ataque cibernético se vuelve menos abstracta.
¿Hay personas trabajando en nuevas fronteras, como la realidad virtual, los drones o la última aplicación de inteligencia artificial, teniendo en cuenta cómo sus diseños podrían ser explotados? Cada avance de la tecnología puede ser explotado por alguien, y posiblemente lo será. El ingenio humano es poderoso.