Hemos perdido nuestras ambiciones de tener hogares Tecnológicos?

Los grandes diseñadores de mediados del siglo XX ofrecieron una gran cantidad de visiones audaces. ¿Qué ha cambiado?


Los prototipos que existen en la actualidad acerca de cómo podrían ser las viviendas del futuro, en su gran mayoría incluyen tecnologías y herramientas digitales que ya se están utilizando. 

Es una triste ironía que el último deseo de Walt Disney no se haya hecho realidad. En octubre de 1966, el hombre detrás del ‘lugar más feliz del mundo’ estrenó una película que revelaba sus planes para una gran extensión de tierra en Florida y, con una emoción que apenas podía contener, su visión de un ‘Prototipo Experimental de Comunidad del Futuro’ (EPCOT, por sus siglas en inglés). 

Esta vez, Disney prometió no sólo otro parque de atracciones (Disneyland en California había estado deleitando a los visitantes desde 1955) sino también algo mucho más radical: un espacio urbano planificado donde la gente viviría y trabajaría, y los mejores ingenieros se dedicarían a volver realidad sus más atrevidas ambiciones para los hogares, ciudades y familias.

“Epcot será una comunidad del futuro que nunca se completará, que siempre presentará, probará y demostrará nuevos materiales y nuevos sistemas”, declaró. “Nunca dejará de ser un proyecto del futuro”.

Disney murió unas semanas después. Para cuando Epcot abrió sus puertas en 1982, era sólo otro parque de atracciones. Dieciséis años después de que Walt hubiera imaginado una utópica ciudad de pruebas, los creativos de la compañía habían reducido su visión a aceras de movimiento lento y atracciones con animatrónica. El día en que se inauguró, la ‘comunidad del futuro’ ya era anticuada.

Una exposición, Home Futures (Hogares del futuro), en el Museo del Diseño de Londres contiene pistas sobre por qué se degradó la visión de Disney para Epcot. La exhibición es un viaje en el tiempo a través de ideas del siglo XX sobre cómo podría evolucionar la vida doméstica.

La mayoría de sus exhibiciones preceden a Epcot - el espectáculo está dominado por el medio siglo transcurrido desde la década de 1920 hasta 1970 - pero no hay nada anticuado en ellas. Está claro que las ganancias jugaron un papel en la eventual preferencia de Walt Disney Company por un parque de atracciones, pero Home Futures presenta un argumento muy sólido de que, en las últimas décadas, el diseño radical perdió su ímpetu.

La exposición contrasta estas visiones pasadas del futuro con destellos del mundo que sus diseñadores imaginaban: nuestro presente.

Al observar los hogares actuales en este contexto, parece que hemos progresado poco más que para cumplir con las predicciones del siglo pasado de una domesticidad dominada por pantallas, cámaras y dispositivos electrodomésticos o conectados.

En el siglo XXI todavía no se han producido cambios audaces en la vida doméstica, ni se han propuesto transformaciones fundamentales para el futuro. En comparación con la ambición de los diseñadores del pasado, nuestra actitud actual hacia el hogar es tímida. ¿Qué ha cambiado? ¿Hemos perdido la voluntad para determinar cómo podrían ser nuestros hogares?

La curadora Eszter Steierhoffer espera lanzar un desafío. “Lo que me gustaría que hicieran los visitantes es aceptar un desafío”, asegura. “Podemos definir la forma en que vivimos”.

“La última vez que pensamos en cómo vivir fue en el siglo XX, con ondas de visión, utopismo, colectivismo”, señala Justin McGuirk, curador principal del Museo del Diseño.

Cualquier visión del futuro está arraigada en el momento de su concepción: los planos para la vida colectiva surgieron de las aspiraciones soviéticas; los aparatos milagrosos surgidos del optimismo de la posguerra; y los interiores de la era espacial reflejaron el miedo a la lluvia radiactiva.

Algunas de las ideas más radicales presentadas en la exhibición de Londres se encargaron para una exhibición de 1972 en el MoMA (Museo de Arte Moderno), de Nueva York, llamada Italia: El Nuevo Paisaje Doméstico. En medio de la desilusión posterior a 1968, los diseñadores produjeron críticas contraconsumistas del status quo.

Los ‘Microentornos’ de Ettore Sottsass - cuboides del tamaño de una cabina telefónica, cada uno con una función o ‘habitación’ diferente - están diseñados para utilizarse, disponerse o dispersarse de cualquier manera, independientemente uno del otro.

Fusionan arquitectura y mobiliario de una manera que libera espacio. También existe una sensación de ruptura en lo estético: parecen cápsulas de supervivencia postapocalípticas, algo que un ‘preparacionista’ de Silicon Valley podría mantener en el hangar a la espera de un éxodo hacia Marte. Los ‘Microentornos’ de Sottsass están muy lejos de la estética colorida y lúdica que creó con el Memphis Design Group en la década de 1980.

Otra obra creada para la exposición de 1972 es ‘Supersurface’, un trabajo conceptual de Superstudio, el colectivo de diseño italiano. Aquí, “la única manera de pensar en el futuro es borrando todo el pasado histórico y todas las jerarquías”, apunta Steierhoffer.“Así que crearon esta cuadrícula misteriosa que redistribuiría los recursos de una forma mucho más horizontal, y permitiría un estilo de vida nómada sin propiedad de objetos y sin mano de obra”.

Superstudio no habría sabido nada de internet, pero sus diseñadores predijeron esencialmente los nómadas digitales de la actualidad, los pocos privilegiados que pueden conectarse a su vida laboral y familiar desde cualquier parte del mundo.

Dadas estas visiones radicales, ¿por qué nuestros hogares físicos apenas han cambiado durante siglos? Según McGuirk, dos factores principales definen nuestra idea de hogar en el siglo XXI: las fuerzas del mercado y la tecnología de hogares inteligentes.

El primero, afirma, ha reclasificado los hogares como activos, lo que a su vez ha llevado a una ‘tremenda conformidad y conservadurismo’. Si una casa es tu pensión de ladrillos y mortero, el plan de cuidado de ancianos y la herencia de tus hijos, todo apilado en una sola parcela, es más probable que protejas tu inversión a que te arriesgues a hacer una reconstrucción experimental.

El segundo - la tecnología para el hogar inteligente - podría ser la única gran transformación de este siglo. Sin embargo, dice Steierhoffer, “todas estas ideas - que la casa estaría controlada por una computadora central, que hay un teléfono con visión - se originaron en las ferias comerciales de la década de 1950”.

En el Londres de 1956, la exposición Daily Mail Ideal Home (Hogar ideal) presentó una ‘Casa del Futuro’ de tamaño real de Alison y Peter Smithson.

Los visitantes podían caminar alrededor de ella, mientras observaban a dos glamorosos actores que interpretaban el papel de la pareja que habita el hogar.

El interior modernista era una combinación de funcionalidad y fantasía, con acabados elegantes y tecnología para el hogar con un diseño inmaculado. “La idea del hogar automatizado estaba muy presente, lo cual aún no superamos”, agrega Steierhoffer.

A menudo, la ideología ha cedido el paso a las ganancias. Por ejemplo, tomemos la vida colectiva. Los desarrolladores en las ciudades más pobladas del mundo están asumiendo el desafío de la convivencia, los microapartamentos con instalaciones compartidas orientados a jóvenes profesionales.

Sus edificios recuerdan algunas de las formas arquitectónicas de los bloques de apartamentos soviéticos de la década de 1920, y su mercadotecnia se basa en el idealismo de la vida comunal de la década de 1950, pero los intentos actuales son productos del comercio, no de la ideología. Simplemente son una solución que aprovecha mejor el espacio cuyo atractivo para los jóvenes urbanitas les da prestigio, de lo que se desprende su elevado precio.

Para hacer énfasis en Home Futures, una pantalla muestra un cortometraje del año 2009 del arquitecto Gary Chang. Se lo observa en su pequeño apartamento de Hong Kong, empujando y arrastrando paredes sobre unas vías, deslizando divisiones y colocando los muebles en posición en una serie de reconfiguraciones para crear un baño, una cocina o un vestidor.

El sistema es tanto meticuloso como impresionante, y todo al servicio de un hogar desprovisto de huellas emocionales. Steierhoffer cita a Walter Benjamin: “‘Vivir es dejar huellas’. No hay forma de dejar un rastro en tu hogar si vives en un producto que está en cambio constante”. El apartamento tiene sólo 31 metros cuadrados, pero es Chang - su residente humano - quien parece disminuido.

No se suponía que fuera así. En el siglo XX se creó una gran cantidad de dispositivos para ahorrar trabajo que prometieron liberarnos.

Las películas Miracle Kitchen de Whirlpool de los años 50, muestran a mujeres contentas paseando por la casa. En el mismo espacio ‘Living Smart’ de la exposición, los asistentes de los hogares inteligentes - ‘fembots’ - responden a las órdenes en tonos obedientes. Los satiristas ridiculizaron rápidamente el exceso de aparatos.

Steierhoffer se deleita en mostrar las ilustraciones de maquinarias excesivamente complicadas de Heath Robinson, mientras Mon Oncle (1958) de Jacques Tati se burla de la tecnología innecesaria. “Es una bufonada, pero es bastante adecuada”, afirma. “Todavía nos lo estamos haciendo a nosotros mismos, rodeándonos de objetos inteligentes”.

Pero, así como la tecnología ha creado fluidez en el espacio doméstico, haciendo redundantes los estudios, las bibliotecas y los televisores, ha disuelto los límites entre el hogar y el exterior, entre lo privado y lo público.

“Es cierto que ahora tenemos el potencial de vivir vidas nómadas, aunque eso se reduce a la generación y la clase”, resalta McGuirk. Al igual que con los dispositivos que ahorran mano de obra del siglo pasado, esta multitarea móvil habilitada por la tecnología debería darnos más tiempo libre, sin embargo, “trabajamos más, respondiendo correos electrónicos desde que nos despertamos”.

Lo que es más preocupante aún, identifica dispositivos como Amazon Echo y Google Assistant: “una nueva generación de objetos que imbuyen el hogar con un sentido de la conciencia y recopilan una gran cantidad de datos; nuestros hogares se convierten en puntos de recolección de datos”.

También se exhiben los bocetos gráficos del director de cine ruso Sergei Eisenstein para La Casa de Cristal, una película que no se realizó.

Estos dibujos, que datan de aproximadamente 1930, son un conjunto de vistas hacia y a través de una casa transparente. Las figuras sentadas se ven desde el piso de abajo, sus pies plantados sobre el techo del espectador, sus cuerpos adoptan formas incongruentes. Éstos son los ángulos desde los cuales se supone que no debemos vernos.

Steierhoffer, en colaboración con McGuirk, quería explorar “la vigilancia en los regímenes totalitarios de principios del siglo XX, y contrastar eso con nuestro sentido de vigilancia corporativa, que está muy habilitado por nuestros dispositivos conectados”, dice.

Los ángulos intrusivos de Eisenstein parecen tan premonitorios de la era digital que surge nuevamente la pregunta: ¿estamos simplemente viviendo el futuro del ayer, o tenemos nuestra propia visión radical del hogar, y cómo podría ser?

Según Home Futures, la respuesta puede ser inclinar el equilibrio de poder del mercado a favor del individuo. Y puede ser algo tan común como una pieza de bricolaje básico, o tan radical como un nuevo enfoque hacia el diseño industrial.

Por ejemplo, en ‘Herramientas transparentes’ de Jesse Howard, los aparatos de bricolaje están fabricados de objetos domésticos fáciles de encontrar, con un manual para que las personas puedan fabricar y reutilizar las piezas.

“Es muy estimulante. Tienes el control”, indica Steierhoffer. ‘Autoprogettazione’ de Enzo Mari es una búsqueda similar de la autonomía: instrucciones para construir muebles de madera básicos, como una cama y una silla, ensamblados utilizando solamente martillo y clavos.

En un eco de los ‘Microentornos’ de Sottsass, el estudio belga OpenStructures propone un grupo de diseños modulares, en colaboración con otros diseñadores. Su visión es construir una familia de objetos, cuyas partes sean compatibles, para que se reutilicen y readapten en cualquier número de combinaciones. Es código abierto, circular y democrático, señala Steierhoffer.

Y no es sólo un concepto; algunos de sus productos están a la venta en el Museo del Diseño. “Es la idea de que los muebles no tienen una forma final, sino que pueden evolucionar indefinidamente”, explica. Después de todo, quizás las visiones más radicales no dependan de la generosidad corporativa.

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