En los últimos meses, los ciberataques contra infraestructuras críticas dejaron de ser un escenario futurista para convertirse en una preocupación diaria para gobiernos, empresas de servicios públicos, clínicas, operadores de transporte y entidades financieras. Un incidente ya no solo bloquea computadores, puede apagar una ciudad entera, afectar el agua que llega a los hogares o colapsar la logística que mueve alimentos y medicinas. En América Latina y en Colombia, el aumento de intentos de ataque demuestra que la discusión ya no es si nos van a atacar, sino cuánto daño puede causar el próximo incidente y qué tan preparados estamos para responder. Desde TODO EN UNO.NET he visto cómo una buena decisión a tiempo marca la diferencia entre una crisis controlada y un desastre operativo y reputacional. Por eso este tema no es técnico, es estratégico para tu negocio.
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Cuando hablamos de infraestructuras críticas no nos referimos a grandes centros de datos en países lejanos, sino a los sistemas que sostienen la vida cotidiana: redes eléctricas, plantas de tratamiento de agua, hospitales, sistemas de transporte masivo, plataformas financieras, telecomunicaciones, servicios en la nube donde se apoyan cientos de pymes. En los últimos reportes para Latinoamérica, se confirma que las organizaciones de la región reciben en promedio más de 2 500 ciberataques por semana, un 40 % más que la media global, y que Colombia se encuentra entre los países más expuestos, especialmente en sectores financieros y de infraestructura crítica. No es casualidad: donde hay dependencia tecnológica y servicios esenciales, hay una oportunidad para el ciberdelincuente o para actores con intereses políticos y geoestratégicos.
En paralelo, los estudios de ciberseguridad más recientes muestran que alrededor del 27 % de las organizaciones latinoamericanas declararon haber sufrido al menos un ciberataque en el último año y más de una quinta parte fue víctima de ransomware en los últimos dos años. Es decir, no estamos hablando de un problema excepcional, sino de un riesgo estadísticamente probable. En Colombia, solo en los primeros seis meses de 2025 se registraron miles de millones de intentos de ataque, posicionando al país como uno de los más atacados de la región y mostrando que los criminales entienden perfectamente el valor de nuestras infraestructuras y datos. Cuando esa realidad se cruza con arquitecturas tecnológicas obsoletas, procesos manuales, falta de talento especializado y baja cultura de ciberseguridad, el resultado es una mezcla explosiva.
En el terreno específico de las infraestructuras críticas, los informes de tendencias coinciden en algo que llevo años repitiendo en consultorías: estos sistemas se han convertido en objetivo prioritario, porque cualquier interrupción genera impacto simultáneo en economía, reputación gubernamental, estabilidad social e incluso seguridad nacional. Ransomware contra una red de clínicas, ataques de denegación de servicio a un operador de pagos, intrusiones en redes de distribución de energía o intentos de manipular sistemas industriales (OT/ICS) en plantas de agua ya no son parte de un guion de serie; son incidentes reales que cada año dejan nuevas lecciones y nuevas pérdidas en distintos países.
Además, la inteligencia artificial ya no es solo aliada de los defensores; también está siendo explotada por atacantes para automatizar exploración de vulnerabilidades, mejorar el phishing, romper defensas básicas y acelerar campañas de ransomware dirigidas. Esa combinación de IA ofensiva, automatización y disponibilidad de herramientas “listas para usar” en mercados ilegales reduce la barrera de entrada para el ciberdelincuente y obliga a las organizaciones a elevar su estándar mínimo de protección. Lo que hace diez años era “nivel avanzado”, hoy es apenas la base para sobrevivir.
En Colombia, entidades como COLCERT y la Estrategia Nacional de Seguridad Digital 2025 insisten en la necesidad de monitoreo continuo de vulnerabilidades y de la protección reforzada para sectores como gobierno, comunicaciones, financiero y servicios esenciales, precisamente porque manejan información sensible y garantizan la continuidad del país. Sin embargo, cuando llegamos al terreno, todavía encontramos organizaciones que dependen de hojas de cálculo para gestionar incidentes, que comparten contraseñas entre equipos completos o que tienen los sistemas de operación industrial conectados a la red corporativa sin segmentación. Esa brecha entre lo que dicen las políticas y lo que realmente pasa en la operación es donde el riesgo se vuelve inaceptable.
Por eso, cuando trabajamos con infraestructuras críticas, el primer cambio no es tecnológico, es mental. Dejar de ver la ciberseguridad como un “costo de TI” y empezar a verla como un mecanismo de continuidad del negocio y de protección de la confianza pública. Un apagón, un colapso de la red de pagos, una caída masiva de servicios en la nube o la indisponibilidad de una historia clínica electrónica no se traducen solo en horas sin servicio, sino en pacientes en riesgo, ciudadanos sin transporte, empresas que no pueden vender, gente que no recibe su salario. El impacto reputacional y regulatorio puede tardar meses o años en repararse, si es que se recupera del todo, y en algunos casos el daño abre la puerta a sanciones, demandas colectivas y pérdida de licencias.
En mi experiencia, el punto de partida funcional no es comprar más tecnología, sino entender con claridad qué es crítico. Cuáles procesos no pueden detenerse bajo ningún escenario, qué sistemas sostienen esos procesos, qué datos son irreemplazables y qué terceros participan en esa cadena. A partir de ahí, la conversación con la alta dirección cambia: ya no se trata de “instalar un antivirus más robusto”, sino de diseñar una arquitectura resiliente que contemple prevención, detección, respuesta y recuperación priorizando las piezas clave. En muchas infraestructuras críticas encontramos sistemas heredados, aplicaciones hechas a la medida hace años, dispositivos industriales sin capacidad de actualización y proveedores que ya no existen; cada uno de esos elementos se convierte en un posible punto de entrada si no se gestiona de forma estratégica.
En este contexto, algo que repito mucho a gerentes y juntas directivas es que ninguna organización puede darse el lujo de improvisar su reacción ante un ciberataque a su infraestructura crítica. Se necesita un plan de respuesta que integren negocio, tecnología, jurídico, comunicaciones y relación con reguladores, y que se pruebe de verdad con ejercicios de simulación, no solo en papel. La buena noticia es que esto no implica necesariamente grandes inversiones iniciales, sino decisiones inteligentes y orden en la priorización. Si como empresario quieres revisar dónde estás parado y qué tan blindada está tu infraestructura, el primer paso es tener una conversación honesta y estratégica sobre tus riesgos reales, tus capacidades actuales y tus brechas.
Cuando analizamos en detalle los ataques recientes a infraestructuras críticas a nivel global, se repite un patrón: los atacantes casi nunca comienzan por la puerta principal. Entran por un proveedor con controles débiles, por una cuenta de un contratista externo, por un equipo olvidado, por una VPN sin doble factor o por un correo de phishing que alguien abrió en el momento menos esperado. Una vez dentro, se mueven lateralmente hasta encontrar sistemas con más privilegios o datos sensibles, y solo entonces activan el golpe: cifran servidores, detienen líneas de producción, borran respaldos, exigen rescate o simplemente destruyen para generar caos. Cuando eso ocurre en una infraestructura crítica, el tiempo de respuesta se mide en minutos, no en días.
El ransomware se consolidó como la principal amenaza para infraestructuras críticas en sectores como energía, agua y servicios públicos, con más de dos tercios de las empresas de estos sectores reportando incidentes o intentos recientes según estudios especializados. No estamos hablando solo de pérdida de archivos; en entornos industriales, una intrusión puede manipular parámetros de operación que impacten directamente la seguridad física: presión en tuberías, temperatura en hornos, dosificación de químicos, funcionamiento de equipos médicos. Frente a ese escenario, la defensa ya no puede ser puramente informática: debe integrarse con la gestión de riesgos operacionales, la continuidad del negocio y la seguridad física.
En Colombia, la presión regulatoria también va en aumento. Estrategias nacionales de seguridad digital, lineamientos sectoriales y obligaciones de reporte de incidentes van marcando un estándar mínimo de gestión, especialmente para entidades que prestan servicios esenciales o tratan datos sensibles. Al mismo tiempo, los reguladores y la opinión pública empiezan a preguntar no solo “qué pasó”, sino “qué estaba haciendo la organización antes del incidente para reducir el riesgo”. Es en ese punto donde la diferencia entre un enfoque reactivo y uno preventivo puede determinar el tamaño del impacto legal y reputacional.
Desde TODO EN UNO.NET hemos aprendido que una estrategia efectiva de protección para infraestructuras críticas debe tener, al menos, cuatro ejes bien trabajados. Primero, una visión integral de arquitectura: segmentación de redes, controles específicos para sistemas OT/ICS, gestión estricta de accesos privilegiados y monitoreo continuo de comportamientos anómalos. Segundo, gobierno y procesos claros: políticas que se cumplen de verdad, responsables identificados, flujos de escalamiento y coordinación entre tecnología, negocio y aliados externos. Tercero, cultura y talento: equipos formados, simulaciones periódicas, sensibilización constante para que cada persona entienda el rol que juega en la protección del servicio crítico. Cuarto, alianza con socios que aporten valor real, no solo licencias: proveedores que entiendan el contexto regulatorio, el negocio y la realidad operativa de la infraestructura.
La realidad es que muchas empresas, especialmente medianas, se sienten abrumadas por la cantidad de siglas, tecnologías y marcos de referencia. NIST, ISO, ENISA, OT, SOC, SIEM, EDR, Zero Trust… La lista parece interminable. Mi recomendación es siempre la misma: traducir ese océano de terminología a un mapa funcional adaptado al tamaño y madurez de la organización. No tiene sentido pretender implementar, en pocos meses, el mismo modelo de una multinacional en una empresa de servicios públicos regional con recursos limitados. En cambio, sí tiene sentido priorizar unas pocas capacidades bien implementadas y luego iterar: visibilidad de activos, control de accesos, respaldos probados, monitoreo básico y plan de respuesta flexible, por ejemplo.
En los últimos años he acompañado organizaciones que, después de un incidente, decidieron tomarse en serio la protección de su infraestructura crítica. En algunos casos, el detonante fue un intento de ransomware que no llegó a ejecutarse gracias a una detección temprana; en otros, fue una interrupción “no maliciosa” (un fallo eléctrico, un error de configuración) que sirvió como simulacro real del desastre que un ciberataque podría causar. Lo interesante es que, cuando se hace bien, la inversión en ciberseguridad para infraestructuras críticas no solo reduce el riesgo; también genera eficiencia: procesos más claros, menos improvisación, mejor documentación, decisiones basadas en datos y equipos alineados bajo un propósito común de protección.
En medio de este escenario, también hay una dimensión humana que no podemos ignorar. Detrás de cada incidente hay equipos que se desgastan, que pasan noches en vela intentando recuperar servicios, que enfrentan la presión de directivos, usuarios, medios y reguladores. He visto profesionales de tecnología cargar durante meses con la culpa de un incidente, incluso cuando el problema raíz era una decisión de negocio pospuesta, una inversión nunca aprobada o una arquitectura heredada. Por eso insisto en que la conversación sobre ciberataques a infraestructuras críticas debe darse en el nivel adecuado: junta directiva, gerencia general, líderes de operación, equipos legales y de comunicación, todos en la misma mesa.
El futuro inmediato no será más simple. La expansión de la nube, el internet de las cosas industriales, los gemelos digitales, la automatización y la inteligencia artificial aplicada a procesos críticos aumentará la superficie de ataque y la complejidad de la defensa. Pero también abre la puerta a defensas más inteligentes: monitoreo apoyado en IA, correlación avanzada de eventos, modelos de riesgo dinámicos, pruebas de resiliencia más sofisticadas. La clave está en adoptar estas capacidades con una filosofía funcional, alineada al propósito del negocio y a la protección de las personas que dependen de esos servicios.
Si hoy tu organización opera, gestiona o depende de una infraestructura crítica, el peor error sería quedarse en la negación o en el discurso de que “nunca nos ha pasado nada”. Los datos muestran que la pregunta no es si ocurrirá un ataque, sino cuándo y con qué impacto. En un país y una región donde los intentos de ataque se cuentan por miles de millones y donde los delincuentes digitales se profesionalizan cada vez más, la inacción es, en sí misma, una decisión de alto riesgo. Empezar a ordenar la casa, priorizar lo crítico y construir una hoja de ruta realista ya es una ventaja competitiva.
Por eso, si después de leer esto sientes que tu arquitectura actual no refleja la importancia real de tus servicios, puede ser el momento de hacer una pausa estratégica, revisar con lupa tu exposición y construir un plan funcional que combine tecnología, procesos, personas y aliados. No se trata de instalar “la solución de moda”, sino de diseñar un sistema que resista, responda y se recupere cuando —no si— llegue el próximo intento de ataque. Y, sobre todo, de proteger la confianza que clientes, ciudadanos y aliados han depositado en tu organización durante años.
Durante más de tres décadas he visto cómo una empresa puede pasar de la tranquilidad aparente a la emergencia total en cuestión de minutos cuando una infraestructura crítica falla, y cómo esa misma empresa puede renacer más fuerte cuando decide aprender de la crisis y rediseñar su protección con sentido estratégico. Tal vez hoy estás leyendo esto porque intuyes que tu organización depende más de lo que creías de la tecnología, o porque has visto de cerca cómo un incidente en otra entidad dejó a miles de personas sin servicio, sin salario, sin salud o sin información. Esa inquietud es el punto de partida correcto: reconocer que el riesgo es real y que no basta con confiar en la suerte o en frases tranquilizadoras de “nunca nos ha pasado”. Desde TODO EN UNO.NET acompañamos a las empresas precisamente en ese momento, cuando necesitan convertir la preocupación en un plan: entender su arquitectura, mapear procesos críticos, evaluar brechas y construir una hoja de ruta que no se quede en presentaciones, sino que se traduzca en acciones concretas. Combinamos consultorías administrativas, tecnológicas, de mercadeo digital, Habeas Data, facturación electrónica, automatización e inteligencia artificial para que la ciberseguridad de tu infraestructura no sea una isla, sino parte integral de tu modelo de negocio. Aumentamos la eficiencia de tu empresa con soluciones digitales y normativas, pero, sobre todo, con una relación de largo plazo donde el acompañamiento, la actualización y el seguimiento son tan importantes como la primera intervención. Porque cuando hablamos de infraestructuras críticas, no se trata solo de proteger servidores; se trata de proteger la confianza y la continuidad de todo lo que construiste, y de avanzar hacia un liderazgo que inspire seguridad, no solo en tus cifras, sino en la vida diaria de las personas a las que sirves.
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