En muchas empresas latinoamericanas, la ciberseguridad sigue viéndose como un asunto “técnico” que se resuelve comprando más licencias, contratando un proveedor o pidiéndole al área de TI que “haga algo” cuando explota una crisis. Pero mientras la organización piensa así, los atacantes ya entendieron que la puerta de entrada más débil no es el firewall, sino la forma en que la alta dirección toma decisiones. Hoy, cada incidente serio impacta directamente la reputación, la continuidad del negocio, la relación con los clientes y hasta la responsabilidad personal de los miembros de junta. Por eso, el verdadero cambio ocurre cuando la junta deja de ser espectadora y se convierte en dueña del riesgo digital, con métricas claras, conversaciones incómodas y decisiones valientes. Ese es el paso que muchas organizaciones aún no dan. Es momento de cambiar esa historia.
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Cuando hablo con juntas directivas en Colombia y en otros países de la región, suelo encontrar el mismo gesto cuando aparece la palabra ciberseguridad en la agenda: un leve silencio, miradas que buscan al gerente de TI o al proveedor externo, y la sensación de que se trata de un tema importante pero ajeno. Sin embargo, los ataques ya no distinguen entre empresas grandes o pequeñas, ni entre sectores regulados y negocios familiares. Hoy vemos incidentes que paralizan operaciones logísticas, clínicas, inmobiliarias, constructoras y firmas de servicios profesionales, con daños que se miden en millones, pérdida de clientes clave y procesos legales que comprometen directamente a los miembros de junta. La realidad es incómoda: un ataque bien ejecutado puede borrar en días el trabajo de años si la organización no está preparada desde el nivel más alto de gobierno corporativo.
En los últimos informes globales sobre ciberseguridad y riesgo empresarial se repite la misma conclusión: la responsabilidad última frente a una brecha ya no recae solo en el CISO o en el área de TI, sino en la junta que supervisa, aprueba presupuestos y define el apetito de riesgo. Más del 90 % de los profesionales de seguridad encuestados coinciden en que es el máximo órgano de gobierno el que debe responder cuando una organización sabía que tenía vulnerabilidades críticas y aun así decidió posponer inversiones o mantener procesos manuales expuestos. Esa tendencia también llega a Latinoamérica, donde los reguladores, los clientes corporativos y los aliados estratégicos empiezan a preguntar qué hace realmente la junta para gobernar la seguridad digital y no solo para reaccionar cuando algo estalla.
En Colombia, aunque no todas las empresas están bajo la supervisión directa de la Superintendencia Financiera, el mensaje que se ha enviado al sector financiero y a las infraestructuras críticas es muy claro: el directorio debe monitorear y verificar el cumplimiento de las políticas de ciberseguridad, asegurar los recursos necesarios, exigir planes de mejora y validar periódicamente su eficacia. Ese estándar se está convirtiendo en una referencia de buenas prácticas para empresas de todos los tamaños, desde pymes familiares hasta grupos empresariales. La junta que ignora el riesgo digital no solo se expone a sanciones o reclamaciones; también transmite un mensaje interno de indiferencia que se filtra hacia los mandos medios y los equipos operativos, debilitando la cultura de protección que tanto necesitamos.
El primer paso para involucrar de verdad a la junta no es mostrarles un inventario de tecnologías ni un listado de vulnerabilidades técnicas, sino traducir el riesgo cibernético al lenguaje estratégico que ellos manejan todos los días. Hablamos de impacto en flujo de caja, valor de la marca, cumplimiento de contratos, continuidad del negocio, confianza de inversionistas y reputación en el mercado. Cuando la conversación pasa de “tenemos tantos incidentes bloqueados por el firewall” a “este escenario de ransomware puede dejarnos tres semanas sin facturar y provocar la pérdida de nuestro principal cliente corporativo”, la junta empieza a escuchar de otra manera. La ciberseguridad deja de ser un gasto tecnológico y se convierte en una herramienta de continuidad y protección del valor creado por años de trabajo.
Desde TODO EN UNO.NET hemos visto cómo cambia el rostro de una junta cuando, en lugar de bombardearla con jerga técnica, le presentamos un mapa claro de procesos críticos, activos de información sensibles, dependencias tecnológicas y riesgos que se traducen en cifras concretas para el negocio. En una sesión bien diseñada, la junta puede visualizar qué pasaría si se detiene la operación por un ataque a la nube que soporta la facturación, cuánto costaría recuperar la confianza de los clientes después de una filtración de datos personales y qué implicaciones legales tendría mostrar ante la autoridad que nunca se aprobó un plan serio de protección. Solo a partir de ese entendimiento puede tomar decisiones informadas sobre prioridades, inversiones y responsabilidades internas.
En este punto, la función de la junta no es transformarse en experta técnica, sino en guardiana del riesgo. Eso significa hacer preguntas incómodas, pedir evidencias, solicitar segundas opiniones cuando algo no suena coherente y asegurarse de que la estrategia de ciberseguridad esté alineada con los objetivos del negocio y con los marcos de referencia internacionales. Modelos como el Marco de Ciberseguridad del NIST en su versión 2.0, o las buenas prácticas de resiliencia operativa que están adoptando los reguladores en Europa y otras regiones, ofrecen un lenguaje común para hablar de identificar, proteger, detectar, responder y recuperar. La junta puede y debe usar ese tipo de marcos para medir el avance de la organización, sin necesidad de entrar al detalle técnico de cada control, pero exigiendo métricas y evidencias claras de ejecución.
Involucrar a la junta también supone reconocer las barreras culturales que existen al interior de la empresa. En más de treinta años acompañando organizaciones he visto directores que se sienten incómodos hablando de tecnología por miedo a revelar que no dominan ciertos conceptos, o que prefieren delegar todo en un comité técnico sin hacer seguimiento real. He visto también equipos de seguridad que, por frustración, han optado por hablar en un lenguaje tan técnico que termina alejando a la alta dirección. La solución pasa por construir puentes: sesiones privadas de sensibilización para miembros de junta, material ejecutivo en lenguaje sencillo, simulaciones de incidentes que permitan entender de manera práctica cómo se vive un ataque y qué decisiones se necesitan en cada momento. Cuando la junta experimenta un ejercicio de respuesta a incidentes, deja de ver la ciberseguridad como un discurso abstracto.
En este viaje, una pregunta que siempre planteo a la junta es muy simple: “¿Quién es el dueño del riesgo cibernético en esta organización?”. Si la respuesta se queda en “sistemas” o “el proveedor”, sabemos que hay un problema de gobernanza. El dueño del riesgo debe ser el órgano que define estrategia y supervisa su ejecución. Eso implica incluir la ciberseguridad como punto recurrente en la agenda, revisar periódicamente los principales indicadores de riesgo y resiliencia, aprobar políticas claves y verificar que el presupuesto asignado sea coherente con el apetito de riesgo definido. También implica asignar un patrocinador dentro de la junta, idealmente alguien con sensibilidad hacia los temas tecnológicos o de innovación, que se convierta en punto de enlace con el CISO, el área de TI o el socio externo que acompañe la estrategia.
Aquí es donde una asesoría externa puede marcar la diferencia. Un acompañamiento independiente ayuda a traducir las preocupaciones de la junta en un plan concreto, priorizado y medible, y evita la tentación de limitar la conversación a la compra de herramientas aisladas. Se trata de pasar de la pregunta “¿qué antivirus o firewall deberíamos adquirir?” a “¿qué capacidades necesitamos desarrollar como empresa para gestionar el riesgo de manera continua?”. En muchas organizaciones, esa conversación abre la puerta a proyectos de clasificación de información, gestión de identidades, segmentación de redes, monitoreo continuo y entrenamiento especializado para las personas que toman decisiones críticas. Cada paso que se da con claridad refuerza la confianza de la junta y mejora la comunicación con los equipos operativos.
Otro elemento clave para involucrar a la junta es mostrar que la ciberseguridad ya no es solo un problema de “ataques externos”, sino un tema profundamente conectado con la transformación digital, la inteligencia artificial y la forma como la organización usa los datos para competir. Muchas juntas están aprobando proyectos de automatización, analítica avanzada o implementación de IA generativa sin discutir en detalle cómo se protegieron los modelos, las integraciones y los repositorios de información que los alimentan. Cuando aterrizamos ejemplos concretos de filtraciones de datos por mal uso de herramientas en la nube o por errores en configuraciones aparentemente pequeñas, la junta comprende que cada decisión de innovación debe ir acompañada de una evaluación de riesgo digital y de un plan de mitigación.
Los datos recientes muestran que casi la mitad de las juntas a nivel global ya incluyen explícitamente la ciberseguridad como una habilidad buscada dentro de sus miembros y que un porcentaje creciente incorpora también la supervisión del riesgo de IA dentro de su mandato. Eso no significa que todos los directores tengan que ser especialistas, pero sí que la junta como cuerpo colegiado entiende que la seguridad digital y el gobierno de la información son dimensiones críticas del valor de la empresa. En América Latina, donde muchas compañías son familiares y combinan generaciones con visiones distintas sobre la tecnología, esta transición requiere conversaciones honestas: la protección del legado familiar hoy pasa también por proteger la infraestructura digital, los contratos electrónicos, los secretos comerciales y la confianza de los clientes en los canales en línea.
En Colombia, los ataques a entidades públicas, clínicas, universidades, empresas de servicios y pymes han puesto sobre la mesa la fragilidad de muchos modelos de gestión del riesgo. Cada vez que un ataque paraliza la operación de un hospital o una compañía de transporte, la pregunta que deberíamos hacernos no es solo qué pasó a nivel técnico, sino qué había decidido la junta sobre inversión en protección, planes de continuidad, pruebas de recuperación y cultura de seguridad. Cuando la junta se involucra, exige simulacros, autoriza presupuestos razonables, pregunta por integraciones con aseguradoras de riesgos cibernéticos y revisa los acuerdos de nivel de servicio con proveedores críticos. No se trata de controlar cada detalle, sino de demostrar que existe una gobernanza activa y consciente.
La experiencia nos muestra que el mayor enemigo de la ciberseguridad en la junta no es la falta de recursos, sino la falsa sensación de seguridad. Frases como “nunca nos ha pasado nada”, “somos muy pequeños para que nos ataquen” o “eso solo le ocurre a los bancos” son señales claras de que aún no hay una comprensión real del entorno. Hoy los atacantes automatizan exploraciones, explotan a proveedores pequeños para llegar a jugadores grandes y venden accesos vulnerados en mercados clandestinos. Muchas de las organizaciones que han sufrido incidentes graves no eran gigantes mediáticos, sino empresas medianas insertadas en cadenas de suministro estratégicas. Cuando la junta comprende esta lógica, deja de subestimar su perfil de riesgo y comienza a tratar la ciberseguridad como un componente esencial de su estrategia de negocio.
Involucrar a la junta pasa también por proporcionarle indicadores que hablen su idioma. Más allá del número de ataques bloqueados o de parches aplicados, la junta necesita ver métricas como el tiempo promedio de detección y respuesta, el porcentaje de activos críticos con copias de seguridad probadas, el nivel de cumplimiento de políticas de acceso por parte de directivos y colaboradores, o el grado de avance en planes de remediación priorizados. Estos indicadores, bien diseñados, permiten evaluar tendencias, tomar decisiones de inversión y ajustar la estrategia sin ahogarse en tecnicismos. Lo importante es que cada métrica se conecte con un objetivo de negocio y con una narrativa clara: “estamos reduciendo la probabilidad de quedar fuera de operación más de tres días”, “estamos disminuyendo el riesgo de sanciones por mal manejo de datos personales”, “estamos aumentando nuestra capacidad de recuperación ante incidentes graves”.
Otro aspecto que suele transformar la relación entre junta y ciberseguridad es la forma en que se reportan los incidentes y casi incidentes. En muchas organizaciones, los fallos se ocultan o minimizan por temor a las consecuencias internas, lo que priva a la junta de información valiosa para ajustar su supervisión. Una cultura madura reconoce que los intentos de ataque son permanentes y que los errores humanos seguirán ocurriendo; la diferencia está en la rapidez con la que se detectan, se contienen y se aprende de ellos. La junta debe promover una política de reporte transparente, respaldar a los equipos cuando están gestionando una crisis y pedir informes posteriores que incluyan lecciones aprendidas, mejoras implementadas y necesidades adicionales de recursos o capacitación. Así, cada incidente se convierte en una oportunidad de fortalecimiento y no solo en una fuente de tensión.
La capacitación de la junta es otro pilar que no podemos ignorar. No basta con un informe anual; se necesitan espacios periódicos donde los directores puedan actualizarse sobre tendencias de ataques, regulaciones emergentes, responsabilidades legales y mejores prácticas sectoriales. Es especialmente relevante entender cómo se cruzan la ciberseguridad, el Habeas Data, la protección de infraestructura crítica, la regulación de la IA y las exigencias de los clientes corporativos. Un programa de formación diseñado a la medida de la junta, con ejemplos de su sector, lenguaje ejecutivo y ejercicios prácticos, eleva la calidad de las preguntas que la junta hace y la calidad de las decisiones que toma. Además, envía un mensaje poderoso a toda la organización: aquí arriba también estamos aprendiendo y asumiendo el reto digital con seriedad.
Desde la perspectiva de TODO EN UNO.NET, involucrar a la junta significa acompañarla en un viaje que arranca con un diagnóstico honesto, sigue con la priorización de riesgos y culmina en la implementación de capacidades que permanecen en el tiempo. No se trata de un proyecto aislado de seis meses, sino de un proceso continuo alineado con el modelo de Consultoría Funcional Inteligente y el plan estratégico 2026–2030. Cada empresa tiene su punto de partida: algunas llegan después de haber sufrido un incidente doloroso; otras, porque un cliente grande les exige pruebas de resiliencia para mantener un contrato; otras, porque sus propios directores han entendido que la reputación hoy se protege también en el plano digital. En todos los casos, el objetivo es el mismo: que la junta se convierta en protagonista, no en espectadora.
A medida que la junta asume este rol, empiezan a cambiar también las conversaciones con aliados, proveedores y aseguradoras. Una junta que entiende el riesgo cibernético exige contratos con cláusulas claras sobre seguridad, niveles de servicio verificables, procesos de auditoría y protocolos de respuesta compartidos. Pregunta cómo se protegen los datos que sus aliados procesan, qué certificaciones poseen, cómo entrenan a su personal y qué pruebas de penetración o ejercicios de simulación han realizado. Esa presión positiva se extiende a toda la cadena, fortaleciendo el ecosistema completo. En sectores como salud, educación, inmobiliario o servicios profesionales, donde abundan los prestadores pequeños con alta exposición digital, este liderazgo de la junta es determinante para evitar que un eslabón débil ponga en riesgo al conjunto.
Cuando la junta se involucra de verdad, la ciberseguridad deja de ser el tema que se atiende al final de la reunión, si queda tiempo, y se convierte en un eje recurrente de conversación estratégica. En lugar de aprobar proyectos tecnológicos a ciegas, la junta pregunta por los riesgos asociados y por los planes de mitigación; en lugar de recibir informes genéricos, solicita indicadores claros y comparables en el tiempo; en lugar de delegar la responsabilidad en una sola persona, construye una estructura de gobernanza donde participan la alta dirección, los responsables de procesos clave y los aliados especializados. El resultado no es una empresa invulnerable (eso no existe), sino una organización preparada para detectar, contener y recuperarse de incidentes con rapidez, transparencia y coherencia frente a sus grupos de interés.
Durante más de tres décadas he visto cómo la mirada de una junta cambia cuando comprende que la ciberseguridad no es un tema para asustarse, sino una herramienta para proteger lo que con tanto esfuerzo ha construido. Tal vez hoy llegas a este punto del texto con una mezcla de preocupación y alivio: preocupación porque reconoces que tu junta podría estar subestimando el riesgo digital, y alivio porque intuyes que es posible pasar del miedo a la acción con acompañamiento adecuado. Esa mezcla es sana; significa que estás viendo el problema con realismo, pero también con la convicción de que vale la pena hacer algo distinto. La tecnología, bien usada, devuelve control, visibilidad y capacidad de respuesta a quienes toman decisiones. Y una junta informada, que entiende su rol en el gobierno del riesgo, se convierte en el mejor aliado de los equipos técnicos, no en un obstáculo adicional.
Desde TODO EN UNO.NET acompañamos a las empresas precisamente en ese punto de inflexión. Empezamos por escuchar, por entender cómo está compuesta tu junta, qué temores existen, qué experiencias previas han marcado su relación con la tecnología y qué compromisos estratégicos ya están sobre la mesa. A partir de allí, construimos juntos un camino que integra análisis, estrategia e implementación funcional: diagnósticos que hablan el idioma del negocio, sesiones ejecutivas donde la junta puede preguntar sin miedo, planes de trabajo que conectan seguridad con continuidad, reputación, cumplimiento y crecimiento. Sumamos lo administrativo, lo tecnológico, el mercadeo digital, el Habeas Data, la facturación electrónica, la automatización y la inteligencia artificial para crear soluciones coherentes que realmente aumentan la eficiencia de tu empresa con soluciones digitales y normativas, sin perder de vista a las personas que están detrás de cada decisión.
Lo más poderoso ocurre después del primer avance. Cuando la junta experimenta que es posible gobernar la ciberseguridad con serenidad y criterio, deja de ver estos temas como un costo inevitabley empieza a considerarlos una ventaja competitiva. Los directores se sienten más tranquilos, los equipos dejan de trabajar a punta de heroísmo, los clientes perciben mayor confianza y los aliados reconocen que están frente a una organización seria, madura y preparada para los desafíos de esta década. No se trata de prometer que nunca habrá incidentes, sino de construir una relación distinta con el riesgo: más consciente, más humana y más responsable. Si al leer esto sientes que ha llegado el momento de que tu junta también dé ese paso, el siguiente movimiento es simple: abrir una conversación honesta y buscar el acompañamiento adecuado para que esa transformación ocurra con orden, propósito y resultados medibles.
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