Análisis a la inteligencia del genio Steve Jobs, creador de Apple

Relato de Walter Isaacson, autor de la biografía que acaba de aparecer en español (Debate).
Una de las preguntas con las que luché al escribir sobre Steve Jobs era qué tan inteligente era. En la superficie, esto no debería haber sido un problema. Uno asumiría que la respuesta obvia es: él era muy, muy inteligente. De pronto, incluso con tres o cuatro "muys". Después de todo, fue el líder de negocios más innovador y exitoso de nuestra era y encarnó el sueño de Silicon Valley por excelencia: empezó su compañía desde cero en el garaje de sus padres y la convirtió en la más valiosa del mundo.

Pero recuerdo haber cenado con él hace unos meses en la mesa de su cocina, como lo hacía casi todas las noches con su esposa y sus hijos. Alguien mencionó uno de esos acertijos que involucran a un mico que debe cargar un racimo de bananos a través del desierto, con una serie de restricciones sobre qué tan lejos y cuántos puede llevar a la vez, y uno debía descifrar cuánto tiempo le tomaría. El señor Jobs arrojó unas cuantas respuestas intuitivas, pero no mostró interés alguno en tratar de resolver el problema rigurosamente. Pensé cómo Bill Gates hubiera hecho clic-clic-clic y, lógicamente, hubiera dado con la respuesta en 15 segundos, y también cómo el señor Gates devoraba libros de ciencia como un placer vacacional. Pero entonces algo más se me ocurrió: el señor Gates nunca hizo el iPod. En cambio, hizo el Zune.

Entonces, ¿era el señor Jobs inteligente? No convencionalmente.
En cambio, era un genio. Eso puede parecer un tonto juego de palabras, pero, de hecho, su éxito dramatiza una distinción interesante entre la inteligencia y el genio. Sus saltos imaginativos eran instintivos, inesperados y en ocasiones mágicos. Eran desatados por la intuición, no el rigor analítico. Entrenado en el budismo zen, el señor Jobs llegó a valorar la sabiduría experiencial por encima del análisis empírico. No estudiaba datos o hacía cálculos, sino, como un rastreador, podía oler los vientos y sentir qué se encontraba adelante.

Me dijo que empezó a apreciar el poder de la intuición, en contraste con lo que él llamaba el "pensamiento racional occidental", cuando deambuló por la India después de abandonar la universidad. "La gente en la India rural no usa su intelecto como lo hacemos nosotros", dijo. "En cambio, usa su intuición... La intuición es una cosa muy poderosa, más poderosa que el intelecto, en mi opinión. Eso ha tenido un gran impacto en mi trabajo".

La intuición del señor Jobs se basaba, no en el aprendizaje convencional, sino en la sabiduría experiencial. También tenía mucha imaginación y sabía cómo aplicarla. Como dijo Einstein, "la imaginación es más importante que el conocimiento".

Einstein es, por supuesto, el verdadero ejemplar de genio. Tenía contemporáneos que probablemente podían igualarlo en capacidad intelectual pura cuando se trataba de procesamiento matemático y analítico. Henri Poincaré, por ejemplo, descifró primero algunos de los componentes de la relatividad especial y David Hilbert logró resolver ecuaciones para la relatividad general casi al mismo tiempo que Einstein. Pero ninguno de los dos tuvo el genio imaginativo para dar el salto creativo completo que estaba en el centro de sus teorías, a saber, que no existe algo así como el tiempo absoluto y que la gravedad es una urdimbre del tejido del espacio-tiempo. (Está bien, no es tan simple, pero por eso él era Einstein y nosotros no.)

Einstein tenía las cualidades elusivas de genio, que incluían esa intuición e imaginación que le permitieron pensar diferente (o, como decían los anuncios del señor Jobs, Pensar Diferente). Aunque no era particularmente religioso, Einstein describía este genio intuitivo como la habilidad de leer la mente de Dios. Al evaluar una teoría, se preguntaba: ¿es esta la forma como Dios diseñaría el universo? Y expresaba su incomodidad con la mecánica cuántica, basada en la idea de que la probabilidad juega un papel gobernante en el universo, declarando que no podía creer que Dios juegue a los dados. (En una conferencia de física, Niels Bohr fue convencido para exhortar a Einstein a parar de decirle a Dios qué hacer.)

Tanto Einstein como el señor Jobs eran pensadores muy visuales. El camino a la relatividad empezó cuando el adolescente Einstein insistía en tratar de imaginar cómo sería viajar junto a un rayo de luz. El señor Jobs pasaba tiempo casi todas las tardes caminando alrededor del estudio de su brillante jefe diseñador Jony Ive y tocando modelos en espuma de los productos que estaban desarrollando.

El genio del señor Jobs no estaba, como incluso sus fanáticos admiten, en la misma órbita cuántica que Einstein. Así que probablemente es mejor bajarle un poco a la retórica y llamarlo ingenio. Bill Gates es súper inteligente, pero Steve Jobs era súper ingenioso. La distinción principal, creo, es la habilidad de aplicar la creatividad y la sensibilidad estética a un reto.

En el mundo de la invención y la innovación, eso significa combinar una apreciación de las humanidades con una comprensión de la ciencia -conectar el arte a la tecnología, a la poesía a los procesadores-. Esta era la especialidad del señor Jobs. "De niño, siempre me pensé como alguien de las humanidades, pero me gustaba la electrónica", dijo. "Luego leí algo que uno de mis héroes, Edwin Land de Polaroid, dijo sobre la importancia de la gente que podía pararse en la intersección entre las humanidades y las ciencias, y decidí que eso era lo que quería hacer."

La habilidad de fusionar creatividad con tecnología depende de la habilidad personal para estar emocionalmente en sintonía con otros. El señor Jobs podía ser petulante y poco amable al tratar con otra gente, lo cual llevaba a algunos a pensar que carecía de conciencia emocional básica.

En realidad, era lo contrario. Podía formarse una opinión sobre la gente, entender sus pensamientos internos, convencerla con halagos, intimidarla, apuntar a sus más profundas vulnerabilidades y deleitarla a su antojo. Sabía, intuitivamente, cómo crear productos que complacían, interfaces que eran amigables, y mensajes de mercadeo que eran atractivos.

En los anales de la ingeniosidad, nuevas ideas son solo parte de la ecuación. El genio requiere de ejecución. Cuando otros producían computadores cuadrados con interfaces intimidantes que confrontaban a los usuarios con antipáticos mensajes verdes que decían cosas como "C:\>,", el señor Jobs vio que había un mercado para una interfaz como un cuarto de juegos soleado. De ahí el Macintosh. Claro, Xerox se inventó la metáfora del ordenador de mesa gráfico, pero el computador personal que construyó fue un fracaso y no desató la revolución del computador personal. Entre la concepción y la creación, observó T. S. Eliot, cae una sombra.

En algunas formas, la ingeniosidad del señor Jobs me recuerda a la de Benjamin Franklin, uno de mis otros sujetos biográficos.
Entre los fundadores, Franklin no fue el más profundo pensador -esa distinción va para Jefferson o Madison o Hamilton-. Pero era ingenioso.

Esto dependía, en parte, de su habilidad para intuir las relaciones entre cosas diferentes. Cuando inventó la batería, experimentó con ella para producir chispas que él y sus amigos usaron al matar un pavo para su banquete de final de temporada.

En su diario, registró todas las similitudes entre esas chispas y los rayos durante una tormenta eléctrica, luego declaró: "Que se haga el experimento". Así, voló una cometa en la lluvia, extrajo la electricidad de los cielos y terminó inventando el pararrayos. Como el señor Jobs, Franklin disfrutaba el concepto de creatividad aplicada -tomando ideas ingeniosas y diseños inteligentes y aplicándolos a artefactos útiles-.

China y la India probablemente producirán muchos pensadores analíticos rigurosos y tecnólogos conocedores. Pero la gente inteligente y educada no siempre engendra innovación. La ventaja de América, si continúa teniendo una, será que puede producir gente que también es más creativa e imaginativa, aquellos que saben cómo pararse en la intersección entre las humanidades y las ciencias. Esa es la fórmula para la verdadera innovación, como lo demostró la carrera de Steve Jobs.
Reproducido con permiso del autor.
¿Quién es Walter Isaacson?
Presidente del Instituto Aspen, ha sido presidente de CNN y director ejecutivo de la revista 'Time'. Es autor de 'Einstein, su vida y su universo' y 'Benjamin Franklin: An American Life'. Vive en Washington, D. C.

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