Dos simples razones: los jefes incapaces de hacer seguimiento por objetivos y los empleados incapaces de alcanzar metas.
Tal vez suene demasiado contundente la afirmación previa, pero luego de varios años analizando la evolución y posibilidades de implementación de los modelos laborales de trabajo flexible, es la única explicación que resulta coherente en un escenario donde los factores claves para la adopción están dados.
En Colombia, para el 2016 se contaban más de 95.000 teletrabajadores activos, concentrados en las tres principales ciudades del país, mayoritariamente
dedicados a la prestación de servicios,
según cifras del Ministerio TIC.
En paralelo, en América Latina las estimaciones señalan que a 2015 México contaba con 2.600.000 teletrabajadores (Universidad de Guadalajara), Argentina alcanzaba los 2.000.000 (5G Américas) y Chile sumaba 500.000 empleados bajo esta modalidad (Ministerio del Trabajo de Chile); así mismo, Brasil, superando todos los récords, llegaba a los 12 millones de teletrabajadores (Sobratt).
En cualquier caso, estamos hablando de una pequeña porción de la población económicamente activa que aprovecha los beneficios de equilibrar su vida personal y profesional, a la vez que un bajo número de organizaciones impulsando el modelo y a la vez que aumentan su productividad y reducen sus costos físicos de operación. Pero si los beneficios del teletrabajo son tantos, las cifras que sustentan
su adopción son tan dicientes y los marcos jurídicos
y tecnológicos están dispuestos, ¿por qué no hemos
adoptado masivamente el trabajo flexible?