No hay ninguna duda de que los avances tecnológicos han puesto nuevas reglas en la forma como funciona nuestra sociedad. El libre flujo de información, así como la rapidez con la que esta puede difundirse son ventajas que hace unas décadas apenas imaginábamos, la automatización de procesos ha incrementado la productividad y eficiencia, lo que ha sido un catalizador del crecimiento y desarrollo económico en todo el mundo.
Sin embargo, afirmar que gracias a la tecnología se solucionarán los problemas de desarrollo socioeconómico es ingenuo. Si bien los avances han traído mejoras, no todo se ha solventado, incluso, nuevos inconvenientes y retos han surgido.
En el caso de Colombia esta situación es palpable. Si se toman los datos del PIB de 1985 y se comparan con las cifras de 2015, es muy poca la diferencia entre la participación departamental de aquel entonces y ahora. Tal como lo demuestra una revisión de los estudios de convergencia regional en Colombia, adelantado por investigadores del Banco de la República, en esos 30 años se dieron pequeños movimientos (menores al 2 %) en la participación de cada departamento. Es más, si se toma el PIB per cápita, los cambios son ínfimos y la desigualdad entre los ingresos de las diferentes regiones se mantiene alta y casi inmutable.
En la teoría económica, el modelo neoclásico basa el crecimiento como una función dependiente de la acumulación de capital físico y humano, los cuales –en desarrollos teóricos posteriores– se ven impactados por los cambios tecnológicos y la educación (a mayor tecnología y educación, mayor crecimiento). Además, bajo esta óptica, las regiones que inicialmente cuenten con un capital más alto, tendrían tasas de crecimiento más bajas y viceversa. Así, a largo plazo, todas las regiones deberían converger a un mismo nivel de crecimiento. No obstante, en Colombia este no es el caso.
Es aquí donde sale a relucir la pregunta acerca de cuál es el papel de la tecnología en esta dinámica. Si en los últimos años la sociedad se ha visto expuesta a avances tecnológicos sorprendentes y el acceso a ella es cada vez más expedito, ¿por qué no se encuentra una evidencia marcada sobre el efecto de la tecnología para la reducción de las brechas interregionales en Colombia?
Más de una brecha
Como ya se mencionó, las diferencias de las regiones colombianas, en términos de PIB, están lejos de cerrarse, y parece que estas disparidades se han trasladado al plano tecnológico. Al revisar los datos departamentales, publicados por el Consejo Privado de Competitividad, sobre infraestructura TIC, es claro que las diferencias entre las regiones van más allá del plano económico.
Los datos dan cuenta de una gran disparidad en la penetración del servicio de internet y del ancho de banda. Además, hay una fuerte correlación positiva entre esta variable y el PIB per cápita departamental. De este modo, las regiones con mayores ingresos por habitante son las que tienen un mayor puntaje en infraestructura TIC. Así, si la tecnología es un factor preponderante para reducir la disparidad económica interregional, no es mucha la esperanza que hay para Colombia, pues los que más necesitan acceso, son los que menos tienen.
Así, la brecha no es solo económica sino digital. Esto es un gran obstáculo para el progreso de las regiones incluso si nos olvidamos por un momento de la llamada convergencia. El hecho de tener poca conectividad dificulta su desarrollo y crecimiento, incluso si este es inferior al de departamentos más adelantados.
Ante esto, el Plan Nacional de Desarrollo (2018-2022) intenta poner las bases para “una sociedad digital e industria 4.0: por una relación más eficiente, efectiva y transparente entre mercados, ciudadanos y Estado”. En ese documento, se cita a la consultora Accenture, que afirma que un incremento de 10 puntos en el índice de densidad digital tendría un impacto sobre el PIB cercano al 0,65 %. Valga aclarar que este índice está compuesto por cerca de medio centenar de variables, entre las cuales está la conectividad a internet, número de operaciones electrónicas realizadas y conocimientos y adopción tecnológica por parte de las empresas.
Con respecto a ese último punto, a juzgar por los resultados empresariales, parece que Colombia está lejos de ver ese incremento de su PIB. Según el Observatorio de Economía Digital del Ministerio de las TIC (MinTIC), las pequeñas, medianas y las microempresas tienen un índice de adopción relativamente bajo con respecto al de las grandes compañías. Mientras las mipymes tienen un índice promedio cercano al 58, el puntaje de las grandes ronda los 76, pero lo que más complica el panorama es que esa diferencia también es marcada en las diferentes regiones.
Por ejemplo, mientras en la región central las grandes empresas tienen un índice de 80, en el Eje Cafetero sus pares solo llegan a 67. La diferencia en las mipymes fluctúa entre los 7 y los 10 puntos. Esta desigualdad se repite a lo largo del territorio nacional y en todos los tipos de empresa. Hay que decir que hubo avances en este sentido, pues las diferencias se han recortado en los últimos años, pero las distancias entre unas y otras siguen siendo marcadas.
El problema con esto es que, si más del 90 % de las empresas del país corresponden al rango mipyme, y un porcentaje similar de la población está empleada en ellas, la adopción tecnológica no está llegando a los ciudadanos del común y el cierre de las brechas digitales y económicas sigue en veremos. Si la apropiación de nuevas herramientas es fundamental para incrementar la productividad de los procesos en todas las ramas de la economía (desde la educación hasta la industria) y por esta vía se incentiva el crecimiento regional y de salarios, la realidad mostrada por el MinTIC deja más dudas que certezas acerca de la posibilidad de una convergencia regional.