Sudamérica ante la tormenta digital de IA y energía



En estos años he visto a muchas empresas en Sudamérica enamorarse de la nube, la inteligencia artificial y los nuevos centros de datos, pero olvidarse de algo tan básico como preguntarse si su ciberseguridad crece al mismo ritmo que su ambición digital. Hoy la región compite por atraer inversiones, procesar más datos y consumir más energía para entrenar modelos de IA, mientras los atacantes prueban, a diario, la solidez de nuestras defensas. No se trata solo de firewalls, antivirus y respaldos; se trata de proteger hospitales, bancos, operadores de energía, inmobiliarias, fábricas y emprendimientos que dependen de estar conectados para sobrevivir. Si tu empresa está acelerando proyectos de IA, modernización o expansión regional y aún no ha revisado seriamente su estrategia de ciberseguridad, este blog es una señal de alerta, aprendizaje y acción concreta. 

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La pregunta sobre si Sudamérica está preparada para enfrentar la combinación de IA, energía y amenazas digitales no es teórica, es profundamente operativa. En los últimos meses hemos visto cómo los grandes jugadores tecnológicos anuncian nuevas regiones de nube, centros de datos y proyectos de IA generativa que requieren enormes volúmenes de energía y conectividad de alta disponibilidad en países como Brasil, Chile, Colombia y México. Al mismo tiempo, informes globales muestran que la infraestructura crítica —incluyendo redes eléctricas, oleoductos, plantas de generación y sistemas de transporte— se encuentra entre los blancos favoritos de campañas de ransomware, espionaje industrial y ataques a cadenas de suministro, muchas veces orquestados con el apoyo de IA para automatizar reconocimiento, explotación y movimiento lateral. Cuando uno mira ese tablero completo, entiende que no estamos hablando solo de “cuidar servidores”, sino de sostener la columna vertebral energética y digital de toda una región.

La misma tecnología que usamos para crecer es la que los atacantes están usando para presionarnos. Plataformas de IA permiten hoy generar campañas de phishing extremadamente personalizadas, redactar correos en español casi perfectos, automatizar intentos de acceso y construir malware que se adapta sobre la marcha. A su vez, herramientas de defensa basadas en IA y analítica avanzada nos ayudan a correlacionar eventos, detectar anomalías en redes OT e IT, anticipar patrones de ataque y responder con mayor rapidez. La discusión real no es si la IA es buena o mala para la ciberseguridad, sino quién la está utilizando de forma más estratégica: si el delincuente que ya automatizó su negocio criminal, o la empresa que sigue creyendo que “a nosotros nunca nos va a pasar”.

Si bajamos el mapa al contexto latinoamericano, las cifras son claras: diversos informes recientes coinciden en que la región ha registrado un crecimiento sostenido de intentos de ataque, campañas de ransomware y filtraciones de datos, con países como Brasil, México, Colombia, Chile y Perú entre los más afectados. Colombia, en particular, aparece en varios reportes como uno de los mercados más atractivos tanto para inversiones digitales como para grupos de amenazas que buscan vulnerar banca, gobierno, salud y energía. Esa dualidad es clave: el mismo entorno que nos vuelve interesantes para la nube y la IA nos vuelve igualmente interesantes para el cibercrimen. Mientras más dependiente es una organización de la continuidad digital para facturar, operar o prestar un servicio, más apetecible es como objetivo.

Aquí entra el factor energía. La IA generativa, los grandes modelos de lenguaje y los servicios de alta computación no se sostienen en el aire: dependen de centros de datos que consumen grandes cantidades de electricidad y de redes que no pueden fallar. Algunos estudios proyectan que, hacia 2030, los centros de datos y las aplicaciones de IA podrían representar una fracción significativa del consumo eléctrico mundial, presionando aún más la capacidad instalada y las redes de distribución. En Sudamérica, donde muchos países avanzan en transición energética, integración de renovables y modernización de redes, un ciberataque bien dirigido contra un operador de energía, un sistema SCADA o un proveedor de telecomunicaciones puede dejar sin piso no solo a una empresa, sino a ciudades completas. Esta combinación de IA, energía y ciberseguridad convierte cualquier descuido en un riesgo sistémico.

He acompañado organizaciones donde la conversación sobre ciberseguridad empieza con frases como “eso lo maneja el área de sistemas” o “tenemos un buen antivirus” y termina revelando que no existe un inventario claro de activos críticos, que los accesos remotos a controles industriales no están segmentados o que un mismo usuario genérico se utiliza para operar sistemas sensibles. Cuando preguntamos quién es responsable último de un incidente en un centro de datos o en una planta crítica, el silencio suele ser la primera respuesta. La realidad es que, en este escenario, la ciberseguridad dejó de ser un tema exclusivamente técnico para convertirse en una necesidad de gobernanza corporativa, continuidad del negocio y reputación empresarial.

En Sudamérica hay avances, pero también brechas profundas. Algunos gobiernos han fortalecido sus agencias de ciberseguridad, han publicado estrategias nacionales y han impulsado la protección de infraestructuras críticas. Sin embargo, las empresas medianas y muchas grandes siguen sin aterrizar esos lineamientos en programas concretos, presupuestos sostenibles y responsabilidades claras. Se habla de “ciberresiliencia”, pero aún se firman contratos de nube, de IA y de outsourcing sin revisar con lupa las cláusulas de seguridad, de respuesta a incidentes y de tratamiento de datos. Se invierte en modernización tecnológica sin exigir, en la misma proporción, arquitecturas de cero confianza, segmentación de redes, monitoreo continuo y simulacros conjuntos con proveedores críticos.

En este punto siempre planteo una reflexión incómoda: si mañana un ataque deja fuera de servicio durante horas o días el centro de datos de tu proveedor principal, el operador de energía de tu ciudad o el integrador que administra tus sistemas de facturación electrónica, ¿tu empresa tiene un plan funcional para seguir operando, informar a sus clientes y cumplir sus obligaciones legales? La respuesta, en la mayoría de los casos, es que no. Y ese “no” no tiene que ver únicamente con presupuesto, sino con enfoque, prioridades y cultura interna. La buena noticia es que se puede cambiar, pero requiere mirar la ciberseguridad como una capacidad transversal, no como un gasto aislado en licencias.

En TODO EN UNO.NET hemos aprendido que la primera gran transformación no es tecnológica, es mental. Cuando dejamos de ver la ciberseguridad como un proyecto puntual y empezamos a verla como un componente de la estrategia de IA, de la estrategia energética y de la estrategia de negocio, las conversaciones cambian. Se vuelve posible que el comité directivo entienda que un fallo de seguridad en un sistema OT no es un “problema de sistemas”, sino un riesgo operativo, financiero y reputacional. Es allí donde una consultoría integral, que hable el lenguaje de los gerentes, de los equipos técnicos y de los responsables de cumplimiento, deja de ser un lujo y se convierte en una necesidad funcional para los próximos años.

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Otro punto crítico en la región es la brecha de talento especializado. A nivel global se estima un déficit de varios millones de profesionales en ciberseguridad y América Latina concentra una parte importante de esa carencia, con cientos de miles de vacantes difíciles de cubrir. Eso significa que muchas organizaciones operan infraestructuras complejas, con proyectos de IA y sistemas industriales conectados, pero con equipos de seguridad pequeños, sobrecargados y a veces con rotación alta. El resultado es predecible: configuraciones inseguras, alertas sin atender, parches que se instalan tarde, proyectos que salen a producción sin pruebas de penetración y decisiones de riesgo tomadas por desgaste más que por análisis.

Sudamérica, además, convive con realidades muy distintas dentro de la misma cadena de valor. Un banco regional puede tener un SOC maduro con capacidades de detección avanzada, mientras que alguno de sus proveedores críticos opera con redes poco segmentadas y sin monitoreo especializado. Una empresa de energía puede invertir en sistemas modernos de control y telemetría, pero subcontratar servicios de mantenimiento a empresas pequeñas que no cuentan con políticas robustas de acceso remoto ni autenticación multifactor. Esa asimetría crea el escenario perfecto para ataques a la cadena de suministro, donde el eslabón más débil no siempre es el más visible, pero sí suele ser el más determinante.

Cuando hablamos de IA, la superficie de ataque se amplía todavía más. Los modelos que procesan datos sensibles, los pipelines de entrenamiento, los repositorios de código y las plataformas donde interactúan clientes y empleados con sistemas basados en IA se convierten en objetivos de alto valor para atacantes interesados en manipular resultados, robar datos o introducir sesgos maliciosos. Sin una estrategia clara de gobernanza de modelos, protección de datos y monitoreo de comportamiento, la adopción de IA puede convertirse en una puerta de entrada adicional al ecosistema de amenazas. En muchas organizaciones de la región aún no existe un comité que integre ciberseguridad, datos, negocio y cumplimiento para evaluar este tipo de riesgos de forma coordinada.

En paralelo, la presión por consumir más energía para sostener centros de datos y cargas de IA obliga a modernizar infraestructuras eléctricas, redes y sistemas de control industrial. Aquí la ciberseguridad de OT, que durante años fue una conversación secundaria, pasa al primer plano. Sistemas que antes estaban aislados hoy se conectan para ser monitoreados en tiempo real, integrarse con plataformas de analítica o responder de forma autónoma a cambios en la demanda. Cada nuevo enlace, cada API, cada interfaz remota se convierte en otro vector a evaluar. Sudamérica tiene la oportunidad de modernizar su infraestructura con un enfoque “secure by design”, pero si se repiten los errores del pasado, podríamos terminar con redes eléctricas muy avanzadas desde lo técnico y muy vulnerables desde lo digital.

Mi experiencia con empresas de distintos tamaños en Colombia y otros países de la región me ha enseñado que la respuesta efectiva rara vez surge de recetas genéricas. Una pyme industrial de Manizales no tiene las mismas necesidades ni el mismo contexto que un operador energético en Brasil, un proveedor de servicios financieros en México o un hospital público en Chile. Sin embargo, todos comparten preguntas de fondo: qué activos son realmente críticos, qué dependencias tecnológicas y energéticas tienen, qué datos podrían generar sanciones si se exponen, qué procesos no pueden detenerse, ni siquiera durante unas horas. Cuando el diagnóstico se hace con honestidad y sin maquillar debilidades, aparece la ruta para priorizar inversiones y esfuerzos.

En TODO EN UNO.NET trabajamos precisamente desde esa visión funcional. Antes de hablar de marcas de firewall o plataformas de monitoreo, preguntamos qué pasaría si el sistema de facturación electrónica cae un viernes a mediodía, si el acceso remoto a la planta se ve comprometido, si un modelo de IA comienza a devolver respuestas manipuladas o si un corte de energía coincide con un ataque de ransomware. Esa combinación de escenarios, que integra tecnología, energía y negocio, permite construir planes que no se quedan en el papel. Nuestro enfoque es ayudar a que las empresas sudamericanas entiendan que la ciberseguridad no se opone a la innovación en IA ni al crecimiento energético, sino que es la condición que permite que ese crecimiento sea sostenible, rentable y confiable.

Si ponemos la lupa sobre Colombia, el panorama es especialmente retador. El país se ha convertido en un hub relevante para servicios de TI, BPO, fintech, salud digital y operaciones en la nube, pero también registra un alto volumen de intentos de ciberataque, campañas de ransomware y fraudes digitales apuntando tanto a ciudadanos como a organizaciones. Esa exposición obliga a ir más allá del cumplimiento mínimo de normas como la Ley 1581 de protección de datos o los requisitos sectoriales y a construir verdaderas capacidades de gestión de riesgo digital alineadas con estándares internacionales. Cada vez más, organismos reguladores, socios internacionales e incluso aseguradoras exigen evidencias de madurez en ciberseguridad y continuidad del negocio como condición para contratos, alianzas o pólizas.

La pregunta entonces no es si Sudamérica está condenada a rezagarse, sino si está dispuesta a unir sus estrategias de IA, energía y seguridad en un solo mapa funcional. Para quienes toman decisiones en empresas grandes, medianas o en crecimiento, el reto es dejar de pensar en proyectos desconectados —un proyecto de IA aquí, un proyecto de modernización de red allá, un proyecto de cumplimiento en otra esquina— y comenzar a orquestar todo bajo una visión integral. Esa visión parte de entender qué quiere lograr el negocio, qué lo hace vulnerable, qué puede causar más daño en caso de fallo y dónde puede la tecnología aportar mayor resiliencia. Sobre ese plano, la ciberseguridad deja de ser “la policía del no” y se convierte en el socio que permite decir “sí, pero de forma segura y sostenible”.

En lo personal, después de más de tres décadas ayudando a organizaciones a modernizarse, suelo decirle a los equipos directivos que la respuesta es menos dramática de lo que suena: no se trata de blindarse al cien por ciento, se trata de volverse menos predecibles para el atacante, más rápidos para detectar problemas y más ordenados para recuperarse. Eso implica decisiones muy concretas: segmentar bien, gestionar identidades con rigor, revisar contratos de servicios, entrenar a la gente en hábitos digitales, monitorear entornos críticos, probar planes de contingencia, actualizar procesos y no dejar la seguridad relegada a un checklist anual. Cuando esa disciplina se combina con una cultura que entiende la tecnología como herramienta para generar funcionalidad real, la empresa deja de vivir a la defensiva y empieza a moverse con una seguridad tranquila, consciente y responsable.

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Cuando hablo de atraer, convertir y fidelizar en el contexto de la ciberseguridad y la transformación digital, no me refiero a técnicas de marketing, sino a la relación que construimos con quienes confían en nuestras decisiones tecnológicas. Primero está la atracción bien entendida: ese momento en el que reconoces que tu empresa está expuesta, que la combinación de IA, energía y conectividad te da oportunidades enormes, pero también riesgos reales. Tal vez ya viviste un incidente, tal vez te has enterado de un vecino de sector que sufrió una filtración de datos o un ataque a su infraestructura crítica. Lo importante es que, si has leído hasta aquí, sientas que alguien entiende tus temores y tus dudas, que no estás exagerando cuando piensas que un corte eléctrico, una caída de nube o un correo malicioso podrían afectar tu operación más de lo que te habían dicho. En segundo lugar está la conversión como proceso interno: decidir pasar de la preocupación a la acción, de la improvisación a la estrategia. Desde TODO EN UNO.NET acompañamos ese paso analizando la realidad de tu empresa, identificando los puntos donde IA, energía y ciberseguridad se cruzan, y diseñando una hoja de ruta que no dependa de “soluciones mágicas”, sino de decisiones concretas. Lo hacemos a través de consultorías administrativas y tecnológicas, mercadeo digital, Habeas Data, facturación electrónica, automatización, inteligencia artificial y programas de formación que conectan la técnica con el negocio. No prometemos inmunidad absoluta, pero sí aumentamos la eficiencia de tu empresa con soluciones digitales y normativas que se integran a tu día a día y no se quedan en un documento bonito. Finalmente, la fidelización ocurre cuando el cliente percibe que no lo dejamos solo después del proyecto inicial, que la vigilancia de riesgos, las actualizaciones y la mejora continua forman parte del acompañamiento. Durante años he visto cómo los vínculos más sólidos se construyen cuando el empresario siente que tiene a su lado un socio que entiende su contexto latinoamericano, habla su lenguaje y le dice la verdad incluso cuando no es cómoda. Mi invitación es que veas esta conversación como el comienzo de una relación donde tu empresa no solo se protege mejor, sino que se posiciona como un actor confiable, innovador y responsable en medio de esta tormenta digital de IA y energía que ya está encima de Sudamérica.

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En un continente donde la IA y la energía están redefiniendo el mapa competitivo, la verdadera ventaja la tendrán las empresas que conviertan la ciberseguridad en una aliada estratégica de su crecimiento.
Julio César Moreno Duque
Fundador – Consultor Senior en Tecnología y Transformación Empresarial
👉 “Nunca la tecnología por la tecnología en sí misma, sino la tecnología por la funcionalidad.”
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