En los últimos años he visto a muchas organizaciones invertir millones en plataformas, nubes y sistemas de inteligencia artificial, para descubrir, meses después, que nada esencial cambió. Siguen tomando decisiones por intuición, cada área maneja sus propios excels, los reportes nunca coinciden y la gente desconfía de los datos. No es un problema de software, es un problema de cultura. Cuando la cultura de datos está ausente, la transformación digital se convierte en una colección de proyectos dispersos que consumen tiempo, agotan a los equipos y no devuelven valor real al negocio. En Colombia y en Latinoamérica esto se siente con más fuerza: brechas de habilidades, poca gobernanza y miedo a la transparencia frenan el avance. Por eso hoy quiero hablarte de ese eslabón perdido que casi nadie nombra y que puede marcar la diferencia en tu empresa.
👉 LEE NUESTRO BLOG y da hoy un siguiente paso consciente decidido.
La mayoría de las empresas que conozco ya entendieron que necesitan “transformarse digitalmente”. Contratan plataformas de nube, compran licencias de analítica, hablan de inteligencia artificial y automatización en todas las reuniones estratégicas. Sin embargo, cuando miras debajo de la superficie, descubres que casi nada se decide realmente con datos. Los comités siguen girando alrededor de opiniones, jerarquías y urgencias del día a día. Distintos estudios globales estiman que una proporción muy alta de las iniciativas de transformación no alcanza sus objetivos por causas culturales, de liderazgo y de gestión del cambio, más que por fallas tecnológicas.
Esa es la primera pista de que el eslabón perdido no está en la herramienta, sino en la forma en que la organización se relaciona con la información.
Cuando hablamos de cultura de datos no estamos hablando de dashboards bonitos ni de comprar otra licencia de un software de BI. Hablamos de creencias, hábitos y reglas no escritas que determinan si la gente confía en los datos, los entiende, los usa para decidir y está dispuesta a confrontar incomodidades cuando la realidad contradice las viejas intuiciones. Una empresa puede tener el mejor modelo de inteligencia artificial funcionando en la nube, pero si la alta dirección lo ignora cuando el resultado no coincide con su percepción, no hay verdadera cultura de datos, solo tecnología de adorno.
En nuestra región este reto es todavía más palpable. Informes recientes sobre adopción de analítica y transformación digital en Latinoamérica muestran un patrón claro: las compañías invierten cada vez más en plataformas y servicios digitales, pero menos de la mitad declara tener procesos maduros para gobernar, compartir y explotar los datos de forma consistente en toda la organización.
En Colombia, la agenda pública también viene empujando este tema. El Plan Nacional de Desarrollo 2022–2026 y la política de infraestructura de datos del Estado resaltan que los datos son un activo estratégico y que su uso exige fortalecer capacidades, gobernanza y cultura analítica en entidades y empresas.
Eso significa que ya no es solo una moda: la manera como tu empresa trata los datos se está volviendo un factor de competitividad y, al mismo tiempo, una obligación frente al entorno regulatorio.
Cuando entro a acompañar un proceso de transformación, suelo empezar por observar pequeños detalles cotidianos. Pregunto cómo cierran el mes comercial, cómo consolidan la información de cartera, quién controla las cifras de inventario o cómo se calcula un indicador tan básico como la rentabilidad por cliente. En muchas empresas aparece el mismo patrón: cada área tiene su propio archivo, su propia versión de la verdad y su propia forma de “cuadrar” cifras cuando no coinciden. La conversación se llena de frases como “es que el sistema no está actualizado”, “ese dato todavía no lo suben”, “hagamos mejor unos ajustes en Excel”. La cultura que se refuerza no es “creemos en los datos”, sino “hacemos malabares con los datos para sobrevivir”.
En contraste, cuando la cultura de datos está presente, se nota desde el primer día. La dirección hace preguntas incómodas pero necesarias: “¿de dónde viene este número?”, “¿qué calidad tiene esta fuente?”, “¿qué sesgos puede tener este indicador?”, “¿qué supuestos estamos aceptando sin validar?”. Se documentan definiciones, se acuerdan diccionarios de datos y se da prioridad a tener una única fuente confiable antes que a multiplicar reportes vistosos. Se entiende que un dato no es solo un valor numérico en una pantalla, sino el reflejo de una realidad de negocio que hay que cuidar. No se tolera “maquillar” las cifras para que el resultado se vea mejor, porque se comprende que esa práctica contamina todo el sistema de decisiones.
Aquí es donde tu rol como líder se vuelve determinante. La cultura de datos no se decreta desde una circular ni nace de un proyecto de TI; se construye con el ejemplo. Cuando como gerente te interesas genuinamente por la trazabilidad de las cifras, pides evidencia para soportar decisiones y aceptas cambiar un curso de acción a la luz de nueva información, envías un mensaje claro: los datos importan más que el ego. Lo contrario también ocurre: si cada vez que un indicador te incomoda lo descartas diciendo “ese dato está malo” y sigues con tu plan original, la organización aprende que lo que manda no es la evidencia, sino el estado de ánimo de la dirección.
En los últimos años, Colombia ha fortalecido el marco regulatorio en torno a datos y tecnología. Además de la Ley 1581 de protección de datos personales y sus decretos reglamentarios, el país impulsa estrategias nacionales de gobierno digital, datos abiertos y transformación digital, que incluyen el uso responsable de la información, la interoperabilidad y la generación de valor público apoyado en analítica.
Aunque estas políticas están dirigidas principalmente al sector público, envían un mensaje claro al sector privado: el manejo de datos ya no es solo una elección estratégica, sino un elemento de cumplimiento y reputación. Una empresa que no desarrolla cultura de datos se expone no solo a perder oportunidades de negocio, sino también a enfrentar riesgos legales, reputacionales y operativos.
Si llevas años intentando “ser más digital” y sientes que no avanzas al ritmo esperado, te propongo hacer una pausa y formular una pregunta incómoda pero poderosa: ¿realmente existe una cultura de datos en tu organización, o solo un conjunto de sistemas que intentan sostener una cultura que sigue siendo analógica? Esa respuesta vale mucho más que el brochure de la próxima solución que te quieren vender. Y es, además, el lugar correcto para iniciar una transformación honesta.
La cultura de datos se construye en diferentes capas que se refuerzan mutuamente. La primera es la capa del propósito: para qué queremos datos y qué decisiones concretas deben ayudar a tomar. No se trata de “medir todo”, sino de identificar los momentos claves en los que una mejor información cambia el rumbo del negocio, desde definir precios hasta decidir en qué clientes enfocar los esfuerzos de fidelización. Cuando una empresa tiene claro el propósito, es más fácil priorizar qué datos necesita, qué calidad exige y qué inversiones en tecnología tienen sentido. Sin este propósito, la analítica se convierte en un pasatiempo caro, desconectado de la realidad operativa.
La segunda capa es la gobernanza: quién es responsable de qué datos, cómo se definen, cómo se validan y cómo se comparten. Una buena gobernanza no significa burocracia infinita, sino reglas claras que eviten la anarquía de excels paralelos. En la práctica, implica definir dueños de datos por procesos, establecer flujos de aprobación, documentar definiciones de indicadores y asegurar que todos hablen el mismo idioma. No tiene sentido discutir la tasa de rotación, la rentabilidad o la morosidad si cada área calcula esos indicadores con fórmulas distintas.
Luego viene la capa de capacidades. Aquí sí hablamos de habilidades técnicas, herramientas y competencias analíticas. Una cultura de datos sólida no requiere que todos sean científicos de datos, pero sí que existan personas con la capacidad de traducir preguntas de negocio en análisis útiles, construir modelos sencillos, interpretar resultados y explicarlos de forma clara. En muchas compañías el gran cuello de botella no es la falta de datos, sino la falta de estos “traductores” que entienden tanto el negocio como la tecnología y que pueden conectar ambos mundos sin tecnicismos innecesarios.
No podemos olvidar la dimensión ética. Trabajar con datos implica gestionar información de clientes, empleados, proveedores y ciudadanos. En Colombia, la autoridad de protección de datos personales ha insistido en que las organizaciones deben ir más allá del cumplimiento mínimo y adoptar una verdadera cultura de respeto por la privacidad, la transparencia y la seguridad de la información.
Una cultura de datos madura incorpora estos principios desde el diseño: se pregunta qué datos son realmente necesarios, cómo se anonimiza la información cuando es posible, cómo se limita el acceso según los roles y cómo se informa a los titulares sobre el uso que se hace de sus datos. La transformación digital que ignora este componente ético se convierte en una bomba de tiempo.
En este punto aparece un tema que hoy es imposible ignorar: la inteligencia artificial. Muchos empresarios me dicen que “quieren meter IA en la empresa”, pero cuando les pregunto por la calidad, trazabilidad y gobernanza de sus datos, la respuesta suele ser evasiva. La realidad es clara: sin cultura de datos, la IA multiplica problemas en lugar de resolverlos. Los modelos se entrenan con información sucia, incompleta o sesgada; los resultados se interpretan sin entender sus límites; las decisiones se justifican diciendo “lo dijo la IA”, como si fuera un oráculo infalible. Y en el trasfondo, las brechas de cumplimiento en protección de datos personales y ciberseguridad se amplían.
Una cultura de datos sana integra la IA como una herramienta más dentro de un sistema organizado y consciente. Esto implica tener claro qué problemas de negocio son realmente candidatos para automatizar o potenciar con modelos, qué datos son necesarios para ello, cómo se medirá el impacto y qué controles humanos se mantendrán para garantizar decisiones responsables. No se trata de reemplazar el criterio de las personas, sino de ampliarlo con mejores evidencias. El discurso “data-driven” solo tiene sentido cuando las personas que lideran la organización están dispuestas a aprender de esos datos, incluso cuando los resultados cuestionan lo que siempre se ha hecho.
Ahora bien, ¿por dónde empezar si te reconoces en muchos de estos síntomas? La buena noticia es que no necesitas un megaproyecto para comenzar a construir cultura de datos. Puedes empezar con un caso de uso concreto, un área crítica o un proceso que hoy duela especialmente. Elige un problema que tenga impacto visible, reúne a las personas clave, definan juntos qué decisiones quieren mejorar, qué datos necesitan, cómo los van a obtener y quién será responsable de mantenerlos. A partir de ahí, establezcan rituales sencillos: una reunión semanal donde todos miran el mismo tablero, validan la información, discuten variaciones, se preguntan por las causas de los cambios y toman decisiones claras que luego se revisan. La cultura se empieza a mover cuando la conversación diaria cambia.
También es clave cuidar el lenguaje. Hablar de datos no tiene por qué ser un ejercicio hermético reservado al equipo de TI o a un par de analistas. Cuando se usan términos incomprensibles o se abusa de tecnicismos, se envía el mensaje de que la analítica es un club exclusivo al que solo entran unos pocos. En cambio, cuando se explican los indicadores en palabras sencillas, se invita a que todos participen, pregunten, cuestionen y se apropien de la información. La cultura de datos no se impone; se comparte y se enseña. Y en esa pedagogía, el liderazgo humano marca la diferencia entre un proyecto pasajero y una transformación sostenible.
En nuestro acompañamiento a organizaciones colombianas y latinoamericanas he visto que los resultados más profundos no llegan únicamente por la tecnología implementada, sino por los cambios de comportamiento que se sostienen en el tiempo. Empresas que pasaron de “vivir apagando incendios” a anticipar riesgos gracias a modelos de predicción de demanda, que transformaron su relación con el cliente al entender mejor su comportamiento, que mejoraron la rentabilidad corrigiendo fugas invisibles en sus procesos. Detrás de cada resultado hay datos, por supuesto, pero también hay conversaciones difíciles, decisiones valientes y una disciplina constante para mantener la integridad de la información.
En paralelo, el entorno regulatorio seguirá avanzando. Ya vemos cómo en Europa, con el Reglamento de IA, y en otros países con leyes de datos y ciberseguridad, se eleva el estándar de responsabilidad sobre cómo se usan y protegen los datos dentro de sistemas automatizados. Es razonable esperar que en los próximos años Colombia y otros países de la región fortalezcan sus propias normas en esa dirección. Las organizaciones que hoy construyan una cultura de datos sólida estarán mejor preparadas para adaptarse sin traumas, mientras que quienes sigan postergando este trabajo enfrentarán cambios apresurados, costosos y poco efectivos.
Llegados a este punto, es importante recordar que la cultura de datos no es un fin en sí mismo. Es un medio para algo más grande: construir empresas más conscientes, eficientes y humanas. Cuando una organización aprende a mirar sus datos con honestidad, puede detectar a tiempo que una práctica comercial está afectando negativamente a sus clientes, que una política interna está generando inequidades, que un proceso operativo está sobrecargando a las personas, o que la empresa está desconectada de lo que realmente valoran sus grupos de interés. La transformación digital con cultura de datos no solo persigue rentabilidad; persigue coherencia entre lo que la organización dice y lo que realmente hace.
Durante más de tres décadas he visto empresas que crecieron a punta de intuición, olfato comercial y esfuerzo humano descomunal. Ese modelo funcionó durante un tiempo, pero hoy el entorno se mueve demasiado rápido como para depender exclusivamente de la experiencia acumulada. No se trata de descalificar esa experiencia, al contrario: se trata de enriquecerla con datos que la confirmen, la cuestionen o la amplíen. Cuando empezamos a trabajar con una organización, lo primero que hacemos desde TODO EN UNO.NET no es instalar una herramienta, sino escuchar su historia, comprender sus dolores, mapear sus procesos y detectar qué tipo de decisiones son críticas para su sostenibilidad. A partir de ahí, diseñamos un camino que combina análisis inicial, definición estratégica e implementación funcional, ajustado a su realidad y a su madurez digital. En muchos casos esto incluye consultorías administrativas para redefinir estructuras y responsabilidades, proyectos tecnológicos para integrar sistemas, iniciativas de mercadeo digital para aprovechar mejor la información del cliente, fortalecimiento en Habeas Data y facturación electrónica para blindar el cumplimiento, automatización de tareas repetitivas y, cada vez más, el uso de inteligencia artificial aplicada con criterio. Aumentamos la eficiencia de tu empresa con soluciones digitales y normativas, pero sobre todo buscamos que la cultura de datos que construimos juntos no dependa de una persona, ni de un reporte, ni de un modismo de moda, sino que se convierta en una forma de trabajar y decidir. Cuando una organización lo logra, deja de vivir a merced de la urgencia y empieza a liderar su propio futuro. Ese es el tipo de transformación que vale la pena, la que no solo mejora indicadores, sino que fortalece la confianza, el aprendizaje y la capacidad de adaptarse en un mundo que cambia cada día.
¿Listo para transformar tu empresa con tecnología funcional?
