En los últimos años he visto cómo muchas empresas en Colombia y Latinoamérica hablan de ciberseguridad, compran algún antivirus, activan un firewall en la nube y sienten que cumplieron. Pero mientras tanto, los atacantes ya están usando inteligencia artificial para automatizar ataques, crear correos de phishing imposibles de distinguir y probar miles de combinaciones de contraseñas en segundos. La mayoría de organizaciones no tiene presupuesto suficiente, talento especializado ni un plan claro para proteger sus datos, sus clientes y su reputación. El resultado es una sensación peligrosa de falsa seguridad: se cree que “no somos un objetivo” hasta que un ransomware paraliza la operación, una filtración de información llega a la prensa o un deepfake engaña a un directivo. Allí es cuando todo el mundo pregunta qué se pudo hacer antes.
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Cuando hablo con juntas directivas y gerentes, me encuentro con un mismo punto de partida: se percibe la ciberseguridad como un tema técnico más, delegable a TI, y no como un riesgo estratégico que puede detener la operación completa de la empresa. Lo que está ocurriendo en 2024–2025 es que la inteligencia artificial ha cambiado la escala del problema. El atacante ya no es solo una persona encerrada en un sótano; es un ecosistema global que usa modelos de IA para redactar correos de suplantación en el idioma correcto, imitar la forma de escribir de un gerente, generar voces y videos falsos y buscar vulnerabilidades en miles de sistemas al mismo tiempo. Estudios recientes muestran que alrededor de dos tercios de los líderes de seguridad consideran que la IA ha elevado de forma crítica el nivel de amenaza, pero menos de una quinta parte siente que dispone de un presupuesto acorde a ese riesgo. Esa es la brecha que nos debe preocupar.
Si miramos la película completa, el problema no es solo tecnológico: es estructural. En América Latina se han registrado miles de millones de intentos de ciberataques en los últimos meses, con incrementos de doble dígito frente a años anteriores, y Colombia aparece de forma recurrente entre los países más atacados de la región, especialmente en sectores como financiero, gobierno, educación y servicios. Sin embargo, buena parte de nuestras empresas sigue sin políticas claras de respaldo, sin inventario de activos críticos y con contraseñas compartidas en hojas de cálculo. El contraste es brutal: mientras los atacantes profesionalizan sus operaciones con IA, muchas organizaciones todavía discuten si pagar o no una licencia de seguridad adicional o si “de verdad hace falta” formalizar un plan de respuesta a incidentes. En ese punto, la falta de inversión ya no es un tema de “ahorro”, sino una renuncia consciente a la continuidad del negocio.
Aquí también aparece un fenómeno que he visto repetirse desde finales de los noventa: la inversión reactiva. La empresa decide invertir fuerte solo después de haber sido golpeada. Un ransomware que paraliza la operación durante varios días, una base de datos filtrada con información de clientes o una estafa de ingeniería social que logra vaciar una cuenta son los desencadenantes de decisiones que se pudieron tomar antes con menos dolor. Hoy sabemos que el costo promedio global de una brecha de datos se mide en millones de dólares cuando sumamos la investigación, el tiempo fuera de servicio, la reputación y las sanciones regulatorias. En América Latina, aún cuando las cifras monetarias puedan ser menores que en otros mercados, el impacto proporcional en pymes y empresas medianas puede ser devastador: he acompañado compañías que tardan meses en recuperar la confianza de sus clientes, incluso cuando logran restaurar la operación técnica. Ese costo invisible nunca aparece en el presupuesto de TI, pero marca la diferencia entre sobrevivir o convertirse en otra historia triste del mercado.
En paralelo, los informes internacionales muestran otro ángulo igual de preocupante: no solo hay poca inversión, hay inversión mal enfocada. Un porcentaje muy alto de organizaciones declara haber sufrido incidentes de ciberseguridad en el último año, a pesar de incrementar el número de herramientas y plataformas que tiene instaladas. El problema no es la falta de “cajas” tecnológicas, sino la falta de estrategia funcional. Veo empresas con cinco soluciones de monitoreo, tres antivirus corporativos y múltiples consolas a las que nadie entra a diario. Veo dashboards con colores muy bonitos que pocos entienden y alertas que se ignoran por pura saturación. En vez de construir una arquitectura simple, integrada y alineada al riesgo real del negocio, se termina comprando tecnología en modo coleccionista, sin un modelo claro de gobierno, responsabilidades y métricas.
Cuando sumamos IA a esta ecuación, el riesgo se multiplica si no hay criterio. Por un lado, los delincuentes aprovechan modelos generativos para escribir código malicioso más rápido, hacer campañas de phishing más convincentes y adaptar sus ataques según el comportamiento de la víctima. Por otro lado, las empresas pueden —y deben— utilizar IA para defenderse mejor: detección de anomalías en tiempo real, correlación de eventos de seguridad, asistencia al equipo de respuesta a incidentes, clasificación inteligente de vulnerabilidades. El reto está en que, sin una base sólida de inventario de activos, políticas, segmentación de redes, gestión de identidades y copias de seguridad probadas, cualquier herramienta de IA defensiva se convierte en un adorno caro. La inteligencia artificial no reemplaza la disciplina básica, la amplifica. Y si la base es débil, lo que amplifica son los huecos.
En América Latina, además, tenemos un desafío fuerte en talento. Informes globales hablan de que alrededor de dos de cada tres organizaciones reconocen brechas moderadas o críticas de habilidades en ciberseguridad. Es decir, incluso cuando se compra tecnología, no siempre hay personas capaces de configurarla bien, monitorearla y sacarle provecho. En Colombia lo veo a diario: responsables de TI que al mismo tiempo atienden soporte, compras, infraestructura y seguridad, con jornadas interminables y alta presión. Estudios recientes señalan que una proporción muy alta de profesionales de ciberseguridad vive con niveles severos de estrés, precisamente por esa carga desbalanceada y por la sensación de estar apagando incendios sin que la organización asuma su corresponsabilidad. Si no se corrige este modelo, la rotación de talento y la fatiga del equipo terminan siendo otro vector de riesgo.
Es aquí donde la falta de inversión se vuelve más evidente. No hablamos solo de dinero para herramientas, hablamos de inversión integral: formación continua, certificaciones, horas protegidas para monitorear, ensayar y mejorar procesos, acompañamiento psicológico cuando es necesario, presupuesto para pruebas de penetración y simulaciones de crisis. Varios estudios han demostrado que los programas de capacitación continua en phishing y conciencia digital pueden reducir a la mitad la tasa de éxito de los ataques en un plazo relativamente corto, siempre que se mantengan en el tiempo y no se conviertan en una “campaña de moda” de un solo mes. En la práctica, esto significa menos incidentes, menos pérdida de información y menos noches en vela para la alta dirección.
Cuando acompaño empresas en Colombia, suelo empezar con una conversación franca: más allá del presupuesto actual, ¿qué tan consciente eres del riesgo que estás asumiendo al no invertir? La mayoría reconoce que, si su sistema de facturación, su ERP o su plataforma de comercio electrónico se detuvieran una semana, el impacto sería crítico. Sin embargo, todavía es común que el plan de ciberseguridad se reduzca a “tenemos copias en la nube” o “el proveedor de software dice que está protegido”. Esa delegación ingenua no resiste la realidad. Si un tercero sufre una brecha, tu empresa igual aparece en los titulares, tus clientes igual se sienten traicionados y la autoridad igual te exige explicaciones. La responsabilidad es compartida, pero el impacto final recae sobre tu marca y tu operación.
En esta primera parte del análisis me interesa que veas la fotografía completa antes de hablar de soluciones. AI no es únicamente un riesgo, tampoco es una varita mágica que lo resolverá todo. Es un multiplicador. Multiplica la capacidad de los atacantes para encontrar tus debilidades más rápido, pero también puede multiplicar tu capacidad para detectar comportamientos sospechosos, responder en minutos y no en días, y entender dónde están tus vulnerabilidades más críticas. La diferencia no está en la herramienta, sino en la madurez con la que la integras. Y esa madurez se construye con estrategia, con gobierno, con procesos claros y con una decisión explícita de invertir en protección, no solo en reacción.
En este punto es donde tiene sentido que te preguntes: ¿qué tan preparado estás hoy para un ataque serio? ¿Tienes identificados tus activos críticos? ¿Sabes quién tiene acceso a qué? ¿Tienes un procedimiento claro si alguien recibe un correo aparentemente firmado por ti, pidiendo una transferencia urgente? ¿Sabes cuánto tiempo tardarías en volver a operar si tus servidores principales fueran cifrados esta noche? Estas preguntas no son exageraciones; son escenarios que ya han vivido miles de empresas en el mundo, incluyendo compañías con mucho más presupuesto que la tuya. La diferencia entre las que sobreviven y las que no, casi siempre, está en lo que hicieron antes del incidente.
Si al leer esto sientes que tu organización está más cerca del “ojalá nunca nos pase” que de un modelo consciente y preparado, vale la pena detenerse y replantear la ruta. No se trata de generar miedo, se trata de asumir que, si tu empresa está conectada a internet, si manejas información sensible de clientes, si utilizas servicios en la nube o si dependes de sistemas para facturar, eres un objetivo posible. Y, honestamente, quienes atacan ya no necesitan motivaciones personales ni políticas: siguen el dinero, buscan la vulnerabilidad más fácil y la convierten en su próxima fuente de ingresos. Invertir en ciberseguridad e IA defensiva no es un lujo de “las grandes”; es una condición mínima para seguir jugando en la economía digital que tú mismo decidiste habitar.
En el primer tercio de esta reflexión, quiero dejarte una invitación muy concreta. No necesitas resolver todo en un solo día, pero sí puedes empezar por tener una conversación estructurada sobre el estado real de tu seguridad. Un análisis funcional, adaptado a tu tamaño y sector, te permite ver con claridad qué estás haciendo bien, dónde hay huecos y qué pasos puedes dar en los próximos tres, seis o doce meses para cerrar la brecha. No es teoría; es lo que llevo haciendo con empresas de distintos tamaños desde 1988, combinando visión tecnológica, visión empresarial y una lectura muy aterrizada de la realidad latinoamericana. Si sientes que ha llegado el momento de pasar de la preocupación a la acción, el siguiente paso puede ser tan sencillo como agendar un espacio para revisar tu caso específico.
A partir de ese diagnóstico se abre la puerta a algo que muchas empresas no han tenido: una conversación honesta entre negocio, tecnología y personas. La falta de inversión en ciberseguridad casi nunca es un problema de mala voluntad; suele ser un problema de lenguaje. Al gerente nadie le ha explicado con claridad, en números, qué implica que su empresa esté parada dos días, cuánto le cuesta rehacer la confianza de sus clientes o qué sanciones puede enfrentar si se demuestra negligencia en el cuidado de los datos. Al área técnica tampoco se le ha dado el espacio para diseñar una estrategia y se le pide hacer “magia” con presupuestos mínimos. Y al equipo humano se le exige “no caer” en engaños digitales sin ofrecerle formación continua ni un ambiente donde preguntar no sea motivo de burla.
En los próximos apartados profundizaré en cómo equilibrar inteligencia artificial, inversión realista y cultura organizacional para construir un modelo de ciberseguridad funcional, sostenible y alineado con el rumbo 2026–2030. Por ahora, quiero que te quedes con una idea central: el riesgo ya no es hipotético. Los ataques están ocurriendo todos los días, en tu sector y en tu país, y la diferencia entre ser noticia por un incidente o ser ejemplo de resiliencia dependerá de las decisiones que tomes hoy. No se trata solo de gastar más, sino de invertir mejor, con criterio, con acompañamiento y con la tranquilidad de que cada peso destinado a ciberseguridad e IA defensiva se traduzca en continuidad, confianza y crecimiento para tu organización.
Desde TODO EN UNO.NET, cuando pienso en las empresas que hoy están leyendo este tipo de reflexiones, no las imagino como organizaciones débiles o ingenuas, sino como equipos que han tenido que priorizar muchas batallas al mismo tiempo: ventas, flujo de caja, talento, cumplimiento normativo, transformación digital. Es comprensible que, en ese torbellino, la ciberseguridad y la IA defensiva hayan quedado pendientes para “después”. Pero también es cierto que ese “después” ya nos alcanzó. Durante más de tres décadas he visto cómo las empresas que se atreven a enfrentar este tema con serenidad, apertura y decisión logran cambiar por completo su relación con la tecnología: dejan de vivir a la defensiva y pasan a usarla como un factor de confianza y diferenciación frente a sus clientes. Ahí comienza el verdadero ciclo de atracción, conversión y fidelización: cuando la seguridad deja de ser un costo invisible y se convierte en una promesa cumplida de cuidado, respeto y profesionalismo.
Atraer, en este contexto, significa hablarle con honestidad al mercado, mostrar que entendemos el miedo legítimo de los clientes a que sus datos sean usados sin control, y que estamos dispuestos a invertir para protegerlos. Convertir es traducir esa promesa en acciones concretas: políticas claras, procesos auditables, acompañamiento experto, uso inteligente de IA para detectar y responder a incidentes con rapidez. Fidelizar es mantener ese compromiso en el tiempo, actualizarlo cuando cambian las amenazas, seguir educando a los equipos y nunca caer en la tentación de recortar la seguridad cuando el presupuesto aprieta. Desde TODO EN UNO.NET acompañamos a las empresas precisamente en ese trayecto: diagnóstico, diseño de ruta, implementación funcional y mejora continua, cruzando consultoría administrativa, tecnológica, de mercadeo, Habeas Data, facturación electrónica, automatización e inteligencia artificial. Aumentamos la eficiencia de tu empresa con soluciones digitales y normativas que tienen un propósito claro: cuidar lo que es esencial para ti y para quienes confían en tu organización. Cuando decides dar este paso, no caminas solo; caminas con un aliado que ha visto la evolución de los riesgos y también la evolución de las soluciones, y que está listo para ayudarte a construir una historia distinta alrededor de la ciberseguridad.
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